EL FORAT DE BÈRNIA, UN PASILLO NATURAL QUE ATRAVIESA LA IMPRESIONANTE SIERRA ALICANTINA
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El lugar se ha convertido en un rincón sensacional para senderistas y amantes de la naturaleza en general y de los fenómenos geológicos en particular
Altea, Dénia, Xàbia… son pueblos de la comarca alicantina de la Marina Baixa que invitan a holgazanear, comer buenos arroces y dejarse seducir per una arquitectura coqueta que es expresión pura de la mediterraneidad. Sin embargo, el guardaespaldas rocoso que tienen por occidente incita la imaginación de quienes, además de gozar del dolce far niente, tienen inclinación por descubrir paisajes insólitos. Ahí está la Serra de Bèrnia para brindar muy buenas oportunidades.
Son nueve kilómetros lineales de muralla rocosa de material calcáreo que enseña sus dientes al cielo, y se muestran un tanto amenazadores. Sus senderos los han recorrido tradicionalmente pastores, bandoleros, comerciantes, labradores que iban de una finca a otra, romeros a la busca de ermitas benditas, soldados que se apostaban en el fuerte militar.
Ahora es terreno de juego sensacional para senderistas y amantes de la naturaleza en general y de los fenómenos geológicos en particular. Porque Bèrnia, al ser un karst inmenso, ofrece piedra caprichosa a raudales y un fenómeno paisajístico poco o nada habitual: un pasillo natural que perfora el corazón del macizo y permite cambiar de vertiente.
Para bautizarlo, la sabiduría popular no se complicó la vida. Se llama El Forat (El Agujero). Y en efecto, situado en el extremo occidental de la pared, se abre un orificio triangular que invita a pensar que se trata del paso previo a una cueva o sima. Sin embargo, al meter la nariz en el boquete se ve luz a unos veinticinco metros, un puntito blanco. Hay que agacharse y en el tramo central incluso caminar a cuatro patas para pasar a la vertiente opuesta.
Lo más espectacular es hacerlo en sentido sur-norte, pues se comienza por un paso estrecho y con poca visibilidad –es recomendable acudir con una linterna, aunque el trayecto es tan breve que puede hacerse sin ella– y se aparece en una abertura con forma de arco que enmarca la costa de Altea, el valle de Guadalest y la punta rocosa de la Serra Gelada. En el paisaje inmediato, el mosaico de aterrazados campos de cultivo, algunos ya abandonados.
Los pastores que movían rebaños generosos de ovejas y cabras eran quienes tradicionalmente habían utilizado El Forat, para que el ganado pasara del desértico lado norte al más frondoso sur, con vegetación no demasiado suculenta, pero sí suficiente para tan sufridos animales. Eso sí, habría que asistir a la forma de convencer a tan asustadizos bichos de que se introdujeran por un agujero oscuro.
Los senderistas se encuentran un desierto mineral que le conduce a lugares históricos interesantes
Hoy, los senderistas bien pertrechados –el terreno carece de agua, hay que ir bien calzado y preparado para un viento fuerte– se encuentran un desierto mineral que le conduce a lugares históricos interesantes como las ruinas de la fortaleza que se alzó en este lugar a principios del siglo XVII. Debía proteger este litoral alicantino de las incursiones berberiscas, pero fracasó por estar demasiado alejado de las playas y aislado en exceso.
Otro espectáculo creado por el ser humano es también fascinante: las pinturas rupestres de la ermita del Vicari, realizadas por los habitantes de la zona de hace entre siete mil y dos mil años.
Una manera accesible de empezar el paseo hasta El Forat es acudir al núcleo de Les Cases de Bèrnia y dejarse guiar por las marcas de pintura y algunos rótulos del sendero de pequeño recorrido CV-7. Si se es un buen andarín, la vuelta completa a la sierra aprovechándose del paso natural toma unas tres horas y está lleno de encuentros sensacionales con plantas como el palmito y pequeños rebaños de cabras hispánicas de impresionantes cuernos.
Les Cases de Bèrnia está a 15 kilómetros de Altea, siguiendo las innumerables curvas de la carretera CV-75.
Fuente: La Vanguardia