Apariciones fantasmales y espectros condenados a formar parte de una escena que alguna vez se grabó en la película quemada del tiempo hielan la sangre de los que han tenido la suerte o la desgracia de encontrarse con ellos.
Estos habitantes inciertos del Más Allá se han dejado ver y fotografiar en más de una ocasión. También sus voces han hallado eco en grabadoras y magnetófonos. Notas de gramola suenan todavía en la Colonia de Santa Eulalia. ¿Qué pasó allí? Celos, amor, juego, alcohol, desenfreno… Una auténtica galería de pasiones con el nombre de mujer, el de doña María de Avial Peñas, vizcondesa de Alzira.
Cae la noche en las inmediaciones rurales de la comarca del Alto Vinalopó (Alicante) y la niebla se cierne sobre la Colonia de Santa Eulalia, una aldea abandonada en la que apenas viven ya tres o cuatro familias. Todo debería estar tranquilo en este reino de silencio, pero los ecos del pasado todavía suenan, reclamando un sitio entre esplendores y ruinas de antaño.
Los Prados de Santa Eulalia, propiedad del Conde de Alcudia, esperaban a finales del siglo XIX la llegada de doña María Avial Peñas y su marido, el Vizconde de Alzira. Nadie podía adivinar por entonces lo que aquella joven mujer supondría en el futuro.
La Vizcondesa de Alzira había sido dotada en matrimonio por su padre, un indiano que se hizo rico en Cuba, con 18 millones de pesetas, como los 18 años que tenía en el momento del enlace matrimonial. La pareja aportó el dinero necesario para crear la empresa que explotaría la propiedad del Conde de Alcudia, don Antonio de Padua, fundando así la empresa Saavedra y Bertodano.
Un imperio de prosperidad estaba a punto de nacer: alrededor de las productivas tierras se construyeron una veintena de casas para los colonos, un teatro, un casinete, una destilería, una tienda, una hospedería, una fábrica de harinas, una oficina de correos y telégrafos, una estación de tren, almacenes, molinos, almazaras, bodegas… Todo ello rodeado de jardines, estanques, fuentes y estatuas.
En el floreciente conjunto urbano reinaba, por su grandeza y su exquisitez arquitectónica, el extraño palacio del Conde de Santa Eulalia que empezó a construirse en 1898. Extraño, sí, tan extraño como las figuras desnudas y sensuales que se grabaron en el relieve del frontón semicircular de la fachada, entre las que destaca, en el centro, un ángel con las alas y los brazos extendidos. A sus pies, arrodillados y en posición sumisa, los hombres desnudos parecen sacudidos por una súplica de placer y dolor.
Relieve de la fachada principal
Este edificio cuadrado de dos alturas que todavía hoy se mantiene en pie, retando al paso del tiempo, tiene doce dormitorios, salón, despacho, biblioteca, etc. Algunas estancias están decoradas con azulejos o pintadas con amorcillos sobre guirnaldas de flores. De nuevo los pequeños cupidos, símbolos del amor, flotan en el ambiente.
Los Vizcondes de Alzira y el Conde de Alcudia se vieron inmersos en una cadena tejida con eslabones de amor y odio. Don Mariano de Bertodano se ganó el desprecio de su esposa, la vizcondesa doña María, que miraba con buenos ojos al conde don Antonio de Padua. Las desavenencias conyugales acabaron explotando. Él se fue y ella se quedó con la compañía amorosa del conde, pasando de ser la Vizcondesa de Alzira a ser más conocida como La Condesa. La sociedad empresarial se disolvió y los amantes quedaron a cargo de la colonia.
Palacete de Santa Eulalia
La hacienda prosperaba. El teatro Cervantes, la licorería y el casinete, como llamaban al casino que regentaba la vizcondesa, inundaban las noches de ocio y convertían aquel lugar apartado de todo en un enclave de fiesta y diversión muy famoso en los alrededores. Noches de apuestas y música, de juego y alcohol, se prolongaban hasta bien entrada el alba, cuando el primer rocío de la madrugada todavía soñaba con un silencio que rompía el silbido del tren al llegar a la estación.
Los colonos ocupababan su puestos de trabajo y los amos se sumergían en sus sueños, componiendo un dibujo enrarecido por uno de los secretos mejor guardados de la Colonia de Santa Eulalia, que había sido construida sobre un antiguo cementerio musulmán, como han demostrado unas recientes excavaciones.
Encontramos el relato de una leyenda contada en primera persona por la propietaria del palacio cuando en 2005 accedieron al interior del palacio en busca de un nexo entre este mundo y el mas allá. Cuenta la leyenda que el Conde era un mujeriego y bebedor empedernido, la Condesa, harta de las hazañas de su marido se trasladó hasta este lugar construido por su esposo.
Despechada y en ausencia del conde, la condesa transformó el palacio en un casino con una gran bodega y por él pasaban gran cantidad de hombres.
La noticia llega hasta el Conde, éste viaja desde Barcelona hasta Santa Eulalia para poner orden y al llegar allí sucumbe bajo el hechizo de su renovada esposa.
Juega y pierde toda su fortuna… en una noche de excesos y bebida se acerca hasta la base de la fuentecilla….cae desplomado por efecto del alcohol con tan mala fortuna que la mitad superior de su cuerpo queda sumergida en el agua pereciendo ahogado.
Fuentecilla en la que se ahogó el Conde
Desde entonces… siempre que el palacio es visitado por una mujer de parecido aspecto a la condesa, el conde hace acto de presencia, volviendo de su destierro del más allá.
Pero la historia no para ahí… es curioso y significativo que todas las familias que han llegado a vivir en este lugar han quedado separadas de una u otra forma…Hoy también ocurre eso, de nuevo una familia separada.
Cuenta un descendiente de alguien que vivió alli que los señores tenian atados junto a la entrada principal dos exoticos monos a los que obligan a bañarse en la fuente del jardín.