El reino de la paz en la rambla de l'Alabastre
Segunda morada. aunque cada vez más primera mansión fija para residentes que desertan de Alicante o eligen edenes cercanos a San Vicente del Raspeig. La Canyada es un mundo distinto, casi libre. En todo caso, una constelación de viviendas ajenas al estrés cotidiano. Con unas 880 almas censadas, poco más de 300 teléfonos fijos, un colegio público, dos cabinas telefónicas, un nuevo ambulatorio y un estanco que expende habanos, zanahorias y espárragos de bote, la pedanía condensa once kilómetros cuadrados de suelo ocasionalmente agrícola dentro de una comarca de 744 kilómetros redondos, l'Alacanti, y se eleva 202 metros sobre el nivel del mar.
Sus latitudes limitan al norte con la más extensa de todas las partidas, El Moralet, cerca de Agost; al este, con el febril municipio de San Vicente del Raspeig y, mediante una estrecha franja que se hunde hasta los alrededores yermos del oeste de Alicante, con las extintas huertas y barrancos que circundan su camposanto. El oeste es el linde de una delgada península tangente a L 'Alcoraia, camino obligatorio hacia Villena o La Mancha, y también contacta con la verde y breve pedanía del Verdegàs. Al sur converge con la dilatada demarcación de Font-calent, cuya espléndida sierra y la Mitjana, cadáver de canteras, determinan la vida y el paisaje de este atlas rural alicantino con oxigeno puro y una paz que congela las horas. A sólo 12 kilómetros de la capital, un cuarto de hora en coche aprovechando la rápida autovía que asciende hasta Castalla o, si uno lo que quiere es estrecharse un poco, dos horas a pie desde el barrio de Los Ángeles.
Al analizar el medio físico de su accidentada orografía, el profesor Enrique Matarredona Coll, del Departamento de Geografía de la Universidad de Alicante, ya apreció que "el sector sudoeste de la ciudad (Alicante) configura una cuenca vertiente estructurada en torno a una compleja red de barrancos (Blanc, Pepior, Rambutxar, Alabastre, entre otros) que regulan el avenamiento de la zona hasta la cubeta semiendorreica de la Canyada, la cual desagua en el de las Ovejas", al sudeste de la barriada alicantina San Gabriel y frente a la bahía de Babel. Ese barranco que cita Matarredona, el de l'Alabastre, popularmente conocido por los canyaders como la Rambla del Rollet, sirve de tiralíneas para demarcar La canyada al igual que la carretera que la cruza, configurándola en Canyada Alta y Baixa o Canyadeta, subdividida a su vez en las franjas rurales de El Pintat, Los Monteros, el Pantano, el barrio Granada y la urbanización Alabastre-La Meca.
TRANSVASE DE OVEJAS Y TROPAS MILITARES
El agropecuario nombre de la partida procede de su antigua función de ruta trashumante para el traslado de rebaños bovinos y pastores, englobándose en el conjunto de caminos dibujados por toda la península por decisión del Consejo de la Mesta en pleno siglo XIII, reconocido y sellado por el rey Alfonso X el Sabio en 1273. Originalmente mesuradas en unas 90 varas de anchura, las cañadas también servían como autopista regia para el trasvase de tropas militares, cuyas secas gargantas solían regarse con el sólido vino de La Canyada, magnífico tintorro que ya sólo sobrevive en cosechas muy íntimas, corno en casa Pintat, o con el agua fresca de los numerosos pozos excavados en su entraña caliza, la mayoría visibles todavía, aunque abandonados. En cuanto a su apellido, Fenollar, proviene de la masiva existencia de hinojo o fenoll, planta medicinal y remedio casero para facilitar la circulación de la sangre que todavía salpica los agrestes alrededores salvajes de la Rambla del Rollet. Un cauce en apariencia seco que, paradójicamente, reúne las aguas torrenciales de un enjambre de afluentes superiores, procedentes de Agost, Petrer y Castalla, culpables de las trágicas riadas que asolan Alicante. La prueba son los restos mortuorios de la sima de una agotada noria o sénia que aún puede verse en la Rambla, a escasos palmos de la transitada canrtera, con la fallecida caseta donde pernoctaba la explotada mula que, sin un convenio laboral estricto, debía facilitarle agua a los huertos contiguos, dando vueltas y vueltas al torno de baldeo.
De todos modos, la excesiva salinidad del terreno agotó la calidad de los aljibes, la mayoría en desuso. Un pasado útil que no impide la deliciosa contemplación de bastantes ejemplares supervivientes, con su cúpula redonda, de bonete, al estilo morisco, y con paredes de piedra arrancada al terreno y yeso cubierto con cal viva, blanquísima. Pero la sal no sólo destruyó la transparente potabilidad de las aguas. También echó a perder, junto con el coste del riego, la vieja producción agrícola de olivos, almendros, algarrobos y cereales, cosechas comunes al conjunto de la extinta huerta alicantina, que nada más perduran gracias al permanente esfuerzo de algunas manos particulares, muchas de La Canyada. Una huerta feraz, cuya fertilidad describió el ilustre botánico Antonio José Cavanilles en sus célebres Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reino de Valencia, del siglo XVIII, como un "vergel ameno que presenta hermosas vistas... campos que producen deliciosas frutas, aceite, excelentes vinos, gran cantidad de almendras, algarrobas, granas, legumbres, barrilla, seda y otras producciones". Hasta el punto de que Rafael Viravens, en su célebre Crónica de Alicante de 1876, comentaba que "las personas pudientes de Alicante han gastado crecidas sumas en la demarcación [de las partidas rurales], construyendo quintas de recreo y casas de labor; y descubriendo minas de agua", que "han convertido en floridos vergeles gran parte de ese terreno por lo común árido y seco".
LA CANYADA, O QUASGADA DE NOGALA EN LOS DOCUMENTOS DE LA RECONQUISTA
Viravens anotaba que, en el último tercio del siglo XVIII, según documentos almacenados en el archivo consistorial, la demarcación de Alicante "quedó reducida al noroeste a las partidas rurales de Moralet, Verdegàs, La Canyada, Raspeig, Canastell, Inmediaciones, Albufereta y Santa Ana". No obstante, la primera documentación de La Canyada aparece en un texto de delimitación de las dimensiones municipales que el profesor Juan Manuel del Estal, miembro del Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Alicante, y el eminente arabista del mismo campus Mikel de Epalza exhuman basándose en cartas del procurador general del Reino de Murcia, Jaume Pérez, señor de Sogorb y familiar del rey Jaume II de Aragón. Según éstas, el término local se determina, con fecha 3 de octubre de 1297 y en el famoso Llibre de Privilegis i Provisions Reials, de esta forma en la parte del territorio que tratamos:
... De la forca de Nouelda a Alfagar Ramblajugo, a do se ajuntan los rios Aspe y de Nouelda y de Monforte ay se ajuntan los terminos/ y los terminos de la Quasgada de la Nogala y de la Quajada (sic) de Nogala [La Canyadal a la Mata de la Mota de Marti Sancho...". Aquí queda inscrito, por tanto, su nombre original durante el Medioevo: Quasgada de la Nogala, quijada o Quajada de Nogala, origen toponímico del área.
Pero volvamos a nuestros días.
LA GALAXIA GASTRONÓMICA DE EL PINTAT
A la vuelta de una curva relámpago, el restaurante El Pintat sobresale como un oasis de comida caliente en medio de la ruta. Acogedor y amable, es el volcán social de La Canyada, su mejor y única cita gastronómica; un casino permanente con partidas vespertinas de dominó, mus o julepe, y una divertida área musical que hierve los fines de semana, con noches de karaoke en un ambiente de familiaridad y puro vecindario. Reconstruido, remozado y adecentado en multitud de ocasiones a partir de los primitivos muros de la casa número 48, El Pintat es la embajada pública de La Canyada, su ombligo táctico al pie de la carretera que recorre la partida de cabo a rabo y que la siega en dos. Su menú, de un precio tan justo como la suma bíblica de sus hidratos y proteínas, convoca diariamente a decenas de fieles alicantinos, que peregrinan puntuales desde las múltiples obras cercanas de chalecitos al aire libre, sendas de agentes comerciales o industrias del 'perímetro para comulgar con sus excelentes paellas de conejo y caracoles, gustosos gazpachos o saludables sopas, Por encargo, los domingos se puede degustar un festival de arroces y tiernas carnes y pescados, además (le mariscos con loda garantía. De postre, fruta de temporada, profiteroles, natillas de la casa o unas exquisitas mamelles de monja, souflé en francés, deliciosas esponjas de merengue, limón y caramelo sobre una blanda peana de bizcocho. Un plato del paraíso.
La asociación de vecinos Santiago Apóstol, enlace reivindicativo de varios núcleos pedáneos, tiene su sede aquí, en el bar, como indica una placa fregada con Centella junto a un tablón de corcho. Dos kilómetros más lejos de la cocina del Pintat, en el número 79, a la orilla de la misma cinta de asfalto que enlaza San Vicente del Raspeig con la autovía a Madrid, se encuentra la farmacia, que regenta Dolors Company, quien reparte remedios y atenciones clínicas a los vecinos de La Canyada y también a los habitantes del distrito rural de L 'Alcoraia, Font-calent o Verdegàs, envuelta en propaganda médica y anuncios de laxantes.
Pintat es el malnom, el apodo, de la saga familiar que hoy encarnan Santiago Pastor y Maricarmen Sogorb, ella de San Vicente, cuya casa radica algo detrás del restaurante, en el número 4 del Camino del Depósito. El abuelo, Juan Pastor Toledo, el tío Joano, y su esposa levantaron la vivienda a finales del siglo XIX. Tras contraer la varicela, al tío Joano le quedaron en la cara unas pequeñas manchas como restos de la enfermedad, lo que sirvió para denominar a su familia con el apelativo de Pintat. La casa inicial del restaurante, a 500 metros de la suya, era de uno de sus hermanos, de ahí el rótulo que le ha hecho inconfundible y curioso.
Un hijo de Juan Pastor Toledo o tío Joano, José Pastor Huesca, fue alcalde pedáneo de La Canyada durante 28 años, desde 1953 hasta la llegada de la democracia, y a él se le atribuye el mérito de conseguir las primeras escuelas públicas y 12 kilómetros de tuberías para la toma de agua potable, labor que remató en una segunda etapa hacia 1975, además de insistir, junto al resto de alcaldes, en la llegada del teléfono. Antes que él, su hermano, Juan Pastor Huesca, el tío Joanet, también fue jefe del ejecutivo del contorno. El postrero primer ministro pedáneo fue José Cuenca, hombre sencillo de inolvidables mostachos, desgraciadamente fallecido. La última vez que conversamos todavía vibraba de ilusión reivindicativa: "Quedan muchos caminos por asfaltar, la correcta recogida de la basura, que va mejor, y el vertido de escombros, que ya se impide. Además del transporte público, que hay planes para un autobús circular que enlace todas las partidas con una buena frecuencia de paso”. Desaparecido Cuenca, la concejala de Partidas Rurales, Sonia Castedo, asume ahora el gobierno de La Canyada. Con la ayuda imprescindible de Camilo Lillo Blanes, presidente de la asociación de vecinos Alabastre-La Meca del distrito quinto, con domicilio en el número 13 de la calle Tigre, que aporta unas 300 almas al padrón.
BODEGA Y ALMAZARA EN CASA DE LOS PASTOR
Con denominación de origen, Camilo Lillo olfatea la epidermis de La Canyada como la suya propia, mediante una memoria que almacena miles de fotogramas a color y recuerdos intensos, en ocasiones duros, estratificados en la arqueología de su alma "des de que era xicotet [desde que era pequeño)". Valencianoparlante, como la mayoría de nativos de las partidas, Lillo fue fiel adjunto del ex alcalde José Pastor Huesca cuando éste ejerció como máxima autoridad de La Canyada. Gracias a esa amistad entrañable con la rama Pastor podemos conocer por dentro el hogar que creó el abuelo Pintat, cuyos fondos patrimoniales retratan a la perfección el pasado cercano de estas gentes rurales y sus formas de vida cotidiana. Y gracias, por supuesto, a la buena acogida de sus actuales dueños, Santiago Pastor y Maricarmen Sogorb, y a la amabilidad de su hijo, igualmente Santiago, todos trabajadores infatigables.
Auténtico museo etnográfico, la casa de los Pintat se encuentra rodeada de pinos altísimos, esbeltos, mediterráneos, y también de magraners o granados, árbol dulzón que abunda en estos límites, enrojeciendo la luz de los sembrados. En ella se puede visitar, previa autorización, una bodega antigua, particular e intacta, con espardenyes [alpargatas] violáceas por el jugo del mosto colgadas de sus paredes, y cubas con solera. Un celler [bodega] donde la uva fue chafada a pie hasta el año 2001, conservándose numerosos utensilios para su elaboración, que tan buena fama dio antaño al paraje, y que podría volver a funcionar en cualquier momento. El tinto de esta pequeña producción familiar llegó a alcanzar en sus barricas los 18 grados. Auténtica jalea real. Es, como comenta Camilo Lillo, "una de les dos o tres cases ón encara es fa vi [una de las dos o tres casas donde todavía se hace vino]", porque "de l'agricultura, no en queda res. Ja no hi han vinyes [de la agricultura, no queda nada. Ya no hay viñas]", Años atrás, "cada familia feia el seu vi, tenia el seu cup i es xafava a peu [cada familia hacia su vino, tenia su cuba y se chafaba a piel]”.
La balsa del lavadero, primera “industria” femenina.
A la derecha, José Pastor Huesca, con Ambrosio Luciañez. Los Santiago Pastor, padre e hijo.
Los Pastor-Sogorb, que anualmente participan en la Volta en Carro a la provincia y que arrastran reses en el coso taurino de la plaza de España de Alicante, poseen una buena colección de arreos de caballería con aroma de décadas, una cuadra de yeguas bien robustas y de caballos machos muy fornidos, algunas cabezas de ganado y un precioso cabriolé o carro de paseo primorosamente cuidado. También conservan una almàssera o almazara en una herencia próxima, que merece la pena investigar. Tras nueve años de aparente abandono, la fábrica privada de aceite se encuentra, no obstante, en plenas condiciones de resucitar en sólo una semana. Porque los Pastor aún cuidan su engranaje industrial de rodillos y muelas, que permanece empapado de grasa debajo de una recia viga de madera, y no han dejado perder su safa o gran palangana de piedra tallada a mano de unos dos metros y medio de diámetro, sobre la que debe correr el petreo cono piramidal que exprimirá la carga de aceitunas, tirado por una mula o, ya en el capitalistno, por una descarga eléctrica. Asimismo, guardan un buen montón de seras o cofins circulares de esparto para sacarle todo el jugo a la oliva. Un oro espeso difícil de encontrar en los supermercados.
CIMIENTOS MEDIEVALES EN LA FINCA EL CIRURGIÀ
Población dispersa, sin un núcleo compacto, diseminada en un mapa de residencias de nueva creación que conviven con haciendas antiguas, muchas de ellas en ruinas, con Camilo Lillo se puede descubrir América y La Canyada sólo con mover los ojos. Reverenciado y querido por sus vecinos, con él accedimos a la antiquísima casa de la familia Boix, una estampa bucólica que nos remonta a los tiempos de la Reconquista, cuando algún caballero de la repoblación cristiana plantó aquí su espada y levantó masía.
Popularmente conocida como finca del Cirurgià o del cirujano, por haber vivido en ella un galeno de esta especialidad, sus dueños actuales, Santiago Boix y su esposa Margarita, conviven con sus hijos en una mansión que data del siglo XV, con muros de hasta dos metros de espesor, rejas de firme hierro colado con 600 años de óxido, voltes en los techos de la bodega y las despensas y un gran arco de sillería de medio punto, con argolla, desgraciadamente oculto por la moderna escayola de la vivienda. En el corral, un horno secular que sigue vivo y, en otra estancia de la casa, una almàssera en buen estado que el matrimonio quiere recuperar para obtener su propio aceite. Cerca, se conoce la existencia de un túnel de casi dos kilómetros de largo, hecho a pico, sin pólvora, posiblemente una mina de agua excavada por los árabes, pero internarse es sumamente peligroso por los derrumbamientos.
MARGARITA, QUE CURA LA CIÁTICA
¿Y si se ponen enfermos, qué? Sencillamente acuden al centro de salud de El Rebolledo o al consultorio y hospital de San Vicente, aunque algunos problemas se resuelven aquí mismo, ya que Margarita es curandera y espanta la ciática y el lumbago con el sistema ancestral de les canyes [cañas], un método que "viene de familia". ¿Cómo? Según ella, mediante una fórmula poco complicada: "Se ponen en la cadera y ya está. El lumbago tarda unos tres o cuatro días en desaparecer. La ciática cuesta más. Todavía viene mucha gente a pedírmelo".
LA LEYENDA DE LOS SIETE PINOS
Un pino atlético a la entrada, que rasca el cielo y parte de un tronco que necesita tres adultos con los brazos extendidos para abarcarlo, refresca con una sombra densa la azotea que se explaya ante la fachada de El Cirurgià, permitiendo una buena conversación al aire libre. El pino, ya centenario, lo plantó el abuelo Miguel Boix. Uno de sus hermanos, el tío abuelo Ramón, casó con la señora Vicenta y obtuvo con ella siete hijos. A uno de ellos, Miguel, el primogénito, tío del actual propietario de la mansión, Santiago Boix, el abuelo Ramón le encargó que plantara un pino por cada uno de los vástagos que iban viniendo al mundo, todos formando hilera. En total, siete pinos, como un libro de familia vegetal.
Hoy pueden contemplarse al lado de la ermita de San Jaime y junto a la carretera que empalma con las cementeras de San Vicente.
Evidentemente, esos árboles se enraizaron en terrenos de su finca, colindante a El Cirurgià. No obstante, con el paso de los años, Miguel Boix, el hijo que los cavó y dispuso, cedió el terreno de la ermita, de su propiedad, a los vecinos de la partida, canjeándolo por la recepción de agua potable, Así pasó de particular a comunal.
Ermita de la Canyada
LA PARROQUIA DE SANTIAGO MATAMOROS
Hubo una anterior ermita que fue privilegio de la Casa Roja, pero que ya no existe ni en ruinas. La terrenal es, pues, la de San Jaime o de Santiago, como indistintamente la denominan los canyaders, que se construyó en 1778 y volvió a reconstruirse en dos ocasiones. Una en 1939, tras un incendio en la guerra y la destrucción de sus santos, y otra en 1950, ya por razones estéticas. Emplazada en un páramo a campo abierto desde donde se adivina la costa, ofrece un servicio de misa todos los domingos y fiestas de guardar a las diez y media en punto de la mañana, con un párroco itinerante que también recala en otros santuarios. Blanca, sencilla, casi tímida en medio de otros fastos sagrados, Camilo Lillo guarda sus llaves, que pocas veces vencen al primer intento a las cerraduras del recinto.
Remozada en colores pastel, claros y suaves, sus paredes parecen una carta de helados con olores de incienso. Zócalo zarzamora, cenefas turrón, paredes de leche merengada y un púlpito con escalera de caracol, un metro por encima de los pecados. Detrás del altar, en una vitrina de vidrio, Santiago Matamoros a caballo, con un sarraceno que implora piedad a los pies de su jamelgo. Por los muros, imaginería de la devoción cristiana enmarcada en hornacinas de cristal. De planta cúbica, en una habitación contigua se encuentra la sacristía portátil del cura dominguero, con un ventanuco herméticamente enrejado que sólo atraviesan los mosquitos y algún escarabujo excursionista. "Hace unos cuantos años robaron la imagen de la Virgen [del Carmen] y tuvimos que comprar otra" relata Don Camilo Lillo, antes de cerrar sus puertas como quien sella una caja fuerte.
Santiago Matamoros en el altar
Detalle del ara; Don Camilo al fondo. Un templo de colores pastel.
VERBENAS, SOPARETS Y PROCESIONES
'La ancha explanada donde reside la ermita es el centro de ocio para muchas pandillas y algún que otro bárbaro, pero, más que nada, el lugar donde se celebran los bailes y verbenas de las fiestas patronales, que suelen ser "alrededor del 25 de julio", según precisión del señor Lillo y de su amigo y vecino Fermín Aliaga, ex trabajador de las canteras y de máquinas pesadas, además de padre del ex alcalde de San Vicente del mismo nombre. Con anterioridad se celebran dos procesiones en honor de la Virgen del Carmen.
Para que las fiestas alcancen el éxito -que, salvo que ese año nieve, suelen conquistarlo- los más activistas salen a recoger dinero del vecindario por todos los confines de la partida, una práctica veteranag El resultado también repercute, aproximadamente el 1 de octubre, en la Fiesta de la Convivencia que promueve la Asociación de Vecinos, y en tres o cuatro colosales paellas de arroz en El Pintat para tres centenares de bocas, concursos para los niños, tiro de bola ("que no es petanca") y puestos con bocadillos, que "abans eren parades amb aigua civada, rollets Inorenos i orxata" [antes eran puestos con agua de cebada, rollos morenos y horchata], según Lillo y Aliaga. Después, por la noche, en el llano de asfalto que se abre delante de la ermita, la amistad explota con un soparet [cenal de sobaquillo y un gran baile, amenizado por alguna orquesta inolvidable. No obstante, Fermín y Camilo echan en falta la tradición de las vaquillas: "Portem uns quants anys sense vaca [llevamos unos cuantos años sin vaca]", y se quejan de la restrictiva legislación que regula estas fiestas, y de que también les haría falta una plaza, un coso donde lanzar los animales.
Patio interior de la finca El cirugià.
Margarita, dueña de El Cirugiá.
LA MECA, LOS LIBERALES Y LES COVES DE LA COLAVA
Además de la casa Alabastre del tío Manel, un arcaico alcalde de La Canyada, y de otros domicilios muy transformados o desaparecidos, en la pedanía aún puede pasearse junto a los restos de la, hace un siglo, grandiosa casa La Meca, donde vivió el abuelo de Camilo, de la que apenas quedan medios muros pulverizados y, ya semienterrada, una de las muchas cisternas que almacenaban agua para el riego de la huerta. Muy cerca, a un costado de la carretera principal, antes una árida calzada de tierra, también subsisten los restos de las llamadas Coves de la Colava, habitáculos ganados a la montaña donde sobrevivía la gente más humilde, como los pastores, y que en sus últimos años acabaron dando cobijo a algunos mendigos canyaders, protegidos por la limosna. Bastantes de estas cuevas siguen en pie y en perfectas condiciones en L'Alcoraia, donde se han reformado, dotándose de comodidades y dignidad.
La incógnita, compleja, es averiguar, en la guerra que mantuvieron realistas y liberales, cuál de estas haciendas pudo ofrecer resguardo y alimento al alicantino Bartolomé Arques. En cuál de ellas pudo darse "el triste fin que tuvo nuestro paisano", según narra Viravens, como solda(lo de aquellos que cuando el enemigo les preguntaba: "iAlto! ¿Quién va?", respondían: "ila libertad!". "Este consecuente liberal", escribe Viravens, "al huir de sus perseguidores, se encaminó por los campos de San Vicente del Raspeig, pernoctando la noche del 2 de febrero" de 1826 en una casa "que había junto a una fábrica de yeso del distrito rural de La Cañada". "Cuando el infeliz Arques estaba descansando de las fatigas del día, se presentaron gentes armadas" conminándole a la rendición. Tras defenderse, hacer uso de las armas y montar a galope su caballo, Arques "fue muerto en el acto, conducido el cadáver a esta ciudad (Alicante) y enterrado en su cementerio", entonces en la partida de San Blas.
LA INDUSTRIA MASCULINA DEL YESO
Además de recopilar "heredades y casas de recreo" de La Canyada, como la de "los señores Antonio Carratalá y Dessia y Don José Navarro Carnicer", Viravens remarcó la subsistencia laboral de sus cabezas de familia o varones al volver a escribir: "En la Cañada se explotan muchas canteras de yeso". En efecto, hasta los años sesenta del siglo XX, cuando ya aparecieron las grandes industrias depredadoras del entorno montañoso, esta fue la principal actividad de los hombres de estas lindes y así se detalla en el imprescindible libro Lavanderas y canteros, dos oficios tradicionales de La Canyada y Fontcalent, un trabajo dirigido por la antropóloga alicantina María José Pastor Alfonso y un amplio equipo de vecinos colaboradores, resultado de un taller etnológico realizado durante el curso 1996-1996 por el programa Aula Abierta del Ayuntamiento de Alicante.
Oficio muy antiguo, la obtención del yeso obligaba a dinamitar la roca, roturarla, transportarla, quemarla en hornos, filtrarla o garbellarla y envasarla en sacos. De aquella actividad, en la que participaba una cadena de especialistas, quedan bastantes rastros, desde maquinaria abandonada a algunos hornos cilíndricos en forma de puchero. En muchas casas de campo aún pueden avistarse rulos cónicos de piedra quebrada para triturar la roca. Las explotaciones más antiguas se situaban en El Clot de la Font y en La Lloma de les Viudes.
A través de sus recuerdos, Aliaga y Lillo rememoran sus experiencias en la principal ocupación de La Canyada. La escucha de algunos de sus relatos, en la actual sociedad del bienestar, estremece: "A los 13 años [en plena posguerra] ya barrenábamos en las canteras y cargábamos carros a mano, moliendo con rulos y no con máquinas.
El yeso -prosiguen- se transportaba en capazos cargados a la espalda. Los carros iban cargados hasta El Campello o Alicante, e incluso a Almoradí y Santa Pola". En cuanto a los hornos "entraban unas 30 0 40 toneladas de piedra". Cobraban "unas 30 pesetas por ponerles la leña, llenarlos, fer l’olla [preparar el horno para ablandar las rocas] y garbellar". Y ahora cuentan uno de los datos más notables: "Antes, cualquier familia que tenía tierra abría una explotación propia. Quizá llegaban a hacer unas 20 o 30 toneladas al mes, todo a mano. Ahora, una fábrica supera las mil toneladas, una sierra completa, en un solo día". La competencia de las grandes explotaciones liquidó, pues, por la fuerza, esta forma de llegar a fin de mes, obligándoles a emigrar a otras canteras o a marcharse a Francia, además de aumentar el visible expolio medioambiental, fruto del desarrollismo franquista. Otros hombres, también de L'Alcoraia y Font-calent, se emplearon en la fábrica de abonos Cross de San Gabriel, ya desaparecida, y acudían al trabajo a pie o en bicicleta.
No obstante, la importancia de la minería del yeso, el esparto también debió de ser prioritario como antigua fuente de ingresos de La Canyada, siguiendo las anotaciones históricas del botánico Cavanilles, que la situaba como la segunda fuente económica del conjunto del campo de Alicante en el siglo XVIII tras los ingresos que proporcionaba la pesca. Así lo valora también el profesor Josep-l.luís Bernabcu Rico, de la Universidad de Alicante, quien en un estudio monográfico aprecia que "las tierras de nuestra comarca entran de lleno en la históricamente denominada cultura del esparto", que "las técnicas de manipulación de esta fibra son conocidas ya desde el tiempo de los iberos" y que "los objetos que con ellas se fabricaban eran de un interés especial en la vida doméstica". No en vano, muchos hombres de la pedanía calzaban hasta hace poco espardenyes o alpargatas de esparto confeccionadas por ellos mismos.
LAVAR, OFICIO DE 'CANYADERES'
Si para los hombres la vida era muy dura, para las mujeres quedaba lo peor. No solamente recolectar en el campo, recoger leña, extraer agua, amasar pan, envasar las conservas o sazonar la carne y los pescados, sino atender la casa, preparar la comida, mantener la ropa y, lo más importante de todo, sacar adelante a los niños. Además de eso, muchas se empleaban en fábricas de almendras o agroalimentarias y en la finca El Poblet, cerca de El Rebolledo, aunque la mayoría trabajaban por cuenta propia de lavanderas en casas buenas de Alicante o en las mansiones adineradas de San Vicente, como también señala María José Pastor Alfonso en su estudio, que amplía a Font-calent.
La madre de Don Camilo, María Blanes, y su hermana, Rosa Lillo, fueron de aquellas mujeres: "Bajaban a Alicante en carro los lunes, a recoger la ropa, y yo ya iba con ellas desde los siete años", relata Camilo Lillo. "Al llegar, los carros las aguardaban en la calle Velázquez". Por allí almorzaban y, con la ropa recogida, volvían a casa. Tras una durísima colada, sábanas, camisas y cortinas regresaban los viernes a Alicante, dobladas y planchadas. En otras ocasiones, el pequeño Camilo y su familia, al igual que Fermín Aliaga y su madre, debían, ni más ni menos, que alcanzar a pie San Vicente, tomar allí el tranvía y desplazarse a la capital: "Volvíamos a las cuatro de la tarde, cargados con bolsas y capazos. Muy cansados". Lo mismo debían hacer si querían realizar determinadas compras. Al cabo de los años, las lavadoras automáticas, entonces al abasto de los más privilegiados, las dejaron sin faena.
Testimonio de aquella áspera época son las ruinas del lavadero, cerca de la casa El Cirurgià, de unos 20 metros de profundidad por unos tres de ancho. El techo se ha hundido y todo lo invade la broza, pero las pilas para fregar talladas en piedra pura han resistido el tiempo, junto a una balsa inmensa en la que aún chorrea un agua útil, Si uno se fija bien, aún ve sombras de mujeres hablando, cantando y pasando frío, con sabañones en las manos, envueltas en aromas de jabón.
Tantas y tantas cargas no han impedido que las mujeres de esta franja rural tengan fama de longevas. La prueba está en el árbol genealógico de Andrés Pastor Pastor, ex agricultor y ex obrero jubilado de Fibrotubo, vecino de la frontera con Font-calent. Su bisabuela murió con 115 años, su abuela, con 105, y su madre con 97. El ya roza los 80 y aún salta como un chiquillo.
Restos de un antiguo aljibe.
Ruinas del lavadero.
LA ESCUELA DEI. CANDIL Y DEL ESTANCO
Dicen que el primer maestro de La Canyada fue Don Joaquin Rodríguez Pérez, aunque Don Camilo y Don Fermin, "que apenes hem anat a escola [que apenas hemos ido al colegio]", sitúan el parvulario donde aprendieron las cuatro reglas elementales en el aula de Doña Joaquina, entonces abierta en una casa enfrente de El Pintat que llamaban El Candil, en terreno de la finca La Garibalda, con balsa y noria. Después recuerdan los pupitres de Don Andrés, al lado del estanco.
Todo ha cambiado mucho: "Al colegio sólo íbamos por la mañana. Luego volvíamos a casa, comíamos, ayudábamos a los padres y pasturábamos las ovejas". Apenas poseían un libro y una enciclopedia que, junto con los lápices, pasaban de mano en mano hasta que se gastaban, en puro comunismo obligatorio. Ahora hay un centro público, pero van pocos niños, opinan. "La juventud se ha ido". Y con ella, la procreación de nuevos escolares.
CANCIONES, SALVES, GOZOS Y 'RONDALLES'
Los hermanos Miquel y Lluís-Xavier Flores ordenaron en el Ilibret de la foguera Plaça de Ruperto Chapí del ejercicio 2002 una magnífica recopilación antológica de canciones alicantinas. En ese abundante repertorio se encuentran muchas estrofas tradicionales de nuestras partidas, gracias a la ayuda de diversos vecinos, entre ellos Maria Luisa Pastor Manchón, de La Canyada.
Popular y común a varias partidas parece ser Ferré ferré, una escatológica canción de encantamiento para quitarle el mal de vientre a los niños, recogida por el médico y poeta alicantino Emili Rodríguez-Bernabeu:
Ferré, ferré,
manyà, manyà,
tinc caguera
i no puc cagar.
Cigró, cigró,
que m 'ixca
un bon cagalló.1
1 Herrero, herrero / cerrajero, cerrajero / me estoy cagando / y no puedo cagar / Garbanzo, garbanzo / que me salga / un buen zurullo.
O esta otra canción de juegos dc Alicante y Canyada, Miquel, Miquel, Miquel:
Miquel, Miquel, Míquel,
tres rolles cl tindré.
Miquel, Miquel, Miquel,
tres voltas al revés,
una, dos i tres.
Miquel, Miquel, Miquel,
tres voltes al dret.
Miquel, Miquel, Miquel,
tres voltes al revés,
una, dos i tres.2
2 Miquel, Miquel, Miquel / tres veces lo tendré / Miquel, Miquel, Miquel / Tres vueltas al revés / Una, dos y tres I Miquel, Miquel, Miquel I Tres vueltas al derecho I Miquel, Miquel, Miquel / Tres vueltas al revés / Una, dos y tres.
En cambio, en las canciones religiosas, gozos, salves o himnos, imperan las rogativas de devoción cristiana. Como en el fragmento de este Gozo a San Jaime de La Canyada:
Santiago el mayor patrón,
pues toda España os aclama,
socorred a quien os llama
en cualquier tribulación...
O estos Gozos a la Virgen del Carmen :
Pues sois de nuestro consuelo
el medio más poderoso,
sed nuestro amparo amoroso,
madre de Dios del Carmen...
En cambio, en la Serenata a San Jaime se homenajea la importancia del ex alcalde Don José Pastor Huesca, que en sus versos convive con los apóstoles:
A la autoridad rogamos
nos dé su autorización
para que cantar podamos
a nuestro santo patrón,
de quien todo lo esperamos.
Si la licencia pedida
es justo que nos la ofrezcan,
alabanza merecida a Don José Pastor Huesca
dará toda la partida.
De aquí el vecindario entero
les quedará agradecido
tanto el alcalde primero
a quien hemos recurrido,
corno al segundo y tercero.
Respecto a la cuentística propia de La Canyada, el escritor alicantino Joaquim González i Caturla recoge en su entretenida y aplaudida obra Rondalles de I, 'Alacantí dos cuentos extraídos de la tradición memorística de los mayores de La Canyada, La vareta de les tres virtuts y L'aranya, la cigala i I 'abella. Ambos, subyugantes.
La primera rondalla cuenta la ambición de tres cuñados y amigos, Lluis, Vicent y Pasqual, que a pesar de sus importantes riquezas agrícolas deseaban ser más ricos todavía. Un día se toparon con una vieja que les ofreció cómo lograrlo. Sólo debían conseguir tres cosas: la varita de las tres virtudes, que era una rama de almendro cortada de tres hachazos, el hueso de la rodilla de un muerto y la semilla de un helecho. Todo en la sierra de Font-calent, lo mismo cada uno de ellos y únicamente durante la noche de San Juan. Para poder lograrlo, prepararon una trampa, repartiéndose la búsqueda de cada objeto por separado. Sin embargo, un aire huracanado e imprevisto acabará con la vida de dos de ellos. El tercero salvará su alma y su piel tras darse cuenta de que la vieja, reencarnada en un enorme borrego, era el mismísimo demonio del infierno.
El cuento de L 'Aranya habla, por su parte, de una madre que tuvo tres hijas, una araña, una cigarra y una abeja. Poniéndose enferma, solicitó su triple ayuda. Mas la primera de ellas sólo quería coser y no le prestó auxilio y la segunda sólo ansiaba cantar y tampoco lo hizo. En cambio, la tercera dejó de libar las flores y fue hasta su cama para darle socorro. Como premio, fabricó la miel más dulce del mundo, mientras que, a partir de entonces y por castigo maternal, a una hermana siempre se le rompían las telarañas y la otra abandonó el canto, por temor a reventar en una rama de almendro.
EPÍLOGO CON DON CAMILO
Grandote, cordial y socarrón, producto natural de la partida con 77 años de edad inagotables, Camilo se casó y aún prosigue con Ana Aliaga Aliaga, con quien comparte hijos, nietos, limoneros y podencos de caza en la felicidad de un huerto tranquilo cercano al de su amigo Fermín. Su vivienda la heredó del padre de su suegra. La casa, según el azulejo incrustado bajo el porche, al lado de un collar de ñoras y un botijo, era la 470 de su término, pero hoy es la número 13, como confirma una placa de latón. Cuando era muy pequeño, su madre lo buscó desesperada por los alrededores del Mercado Central de Alicante mientras la aviación nazi-franquista bombardeaba la ciudad sin compasión y ella recogía ropa por las casas. Y lo encontró. Su compañero Fermín descubrió, por su parte, años más tarde y mientras removía con una excavadora la tierra de un solar de la avenida de Alfonso el Sabio, un par de cadáveres de guardias de asalto.
Ana y Camilo en la puerta de su casa.
Adjunto de José Pastor Huesca, revive cuando refiere la anécdota del día en que, allá por los años setenta, el ex alcalde de Alicante Ambrosio Luciañez inauguró una fuente en La Canyada que ya era de segunda mano, porque venía de apagar la sed en otra plaza de la urbe. Paradojas de la vida, tras ofrecer agua durante ocho o nueve años el manantial retornó a Alicante, concretamente "a la plaza esa donde están las chicas", o sea, la del naturalista local Francisco Javier Balmis, investigador de la viruela.
En su casa nunca se pasó hambre. Si era necesario, devoraban figues seques [higos secos] o garrofes [algarrobas]. Ahora, siempre que puede, le pide a Ana que le haga olleta, peix [pez] o fiambre. "També m 'agrada alguna perdiueta [también me gusta alguna perdicita]", revela, y para desayunar siempre, siempre, todo el año, horchata con galletas.
¿La cañada? ¿La verdadera cañada o ruta de ganados y ejércitos? "¿Quién sabe ya cuál es entre tantas sendas que se han abierto?", se interroga, mientras pasamos junto a una destrozada cisterna o aljibe en la vieja vereda de pastores que desciende hacia San Vicente, junto a la extinta Casa Roja y un campo de fútbol con una portería solitaria, sin red, donde sólo grita el aire. Y ahí Camilo se para en seco: "Aquí se detenían a beber los animales". El hedor a cabra muerta es insoportable. "Olor de carnús [carroñar', corno dice Don Camilo, mientras se decide a orinar sobre una mata de cardo después de tres horas dando tumbos por su planeta.
Fuente: El sorprendente reino desconocido. La magia de las Partidas Rurales de Alicante