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EL BALNEARIO DE SALINETAS

Desde las páginas del número inaugural de la revista “Eco Eco”, publicación trimestral sobre medio ambiente y cultura de ámbito comarcal que este fin de semana presenta su nuevo número, nos llega esta completísimo artículo sobre el Balneario de Salinetas, que recupera la singular historia de este enclave y algunas fotos y grabados de casi 150 años de antigüedad.

Aunque a primera instancia muchos lectores no sepan dónde se encontraba este enclave, sí que les dirá algo un lugar actualmente conocido como “El Chorro de la Sal”, “El Chorro de Salinetas” o los “Baños de la Sal”1. Se trataba de un conjunto sanitario y residencial ubicado a la izquierda de la autovía que desde Elda nos conduce a Alicante, en la zona inferior de la Subestación transformadora eléctrica, ya en tierras de Novelda. Hoy en día sólo podemos apreciar los restos ruinosos de la sala donde se tomaban los baños y de una ermita perteneciente al complejo salubre, manteniendo todavía importancia el lugar por lo que la tuvo antaño: sus aguas.

Señora ofreciendo un vaso de las aguas minerales a un cliente entre 1904-1906 (fotografía cedida por Eladio González).

Señora ofreciendo un vaso de las aguas minerales a un cliente entre 1904-1906 (fotografía cedida por Eladio González).

Se desconoce la utilización a lo largo del tiempo de las aguas del lugar, al carecer de fuentes fiables hasta el momento. Pero bien es cierto que, desde los estudios hidroterápicos de Alfonso Chirino en 1519, hasta los del naturólogo Cavanilles a fines del s. XVIII no se cita el lugar que nos ocupa la atención.

Es inicialmente en 1853, en la obra de Dº Pedro Mª Rubio, donde se nombra esa agua por primera vez; pero con seguridad, no se hace un uso salutífero-medicinal de ella hasta comienzos del siglo XIX, puesto que, antes de levantar el establecimiento, el doctor Ildefonso Bergez -licenciado por la Universidad de Montpellier y médico titular de la ciudad de Alicante- ya cita, en escrito remitido a la Junta de Sanidad Provincial, los casos de algunas personas que, tras el tratamiento continuo con esta agua, resultan sanadas al desprenderse las costras de sus heridas o al sentir el alivio tras algunas terribles dolencias.

Desde mediados del siglo XIX fue costumbre de la burguesía en España visitar los balnearios, buscando en estos lugares, más que recreo, ocio, esparcimiento y relajación, curaciones ante ciertas dolencias puntuales y tratamientos, así como terapias salutífero-medicinales para enfermedades más dolorosas. El fin de los balnearios tenía un claro carácter medicinal en base a las propiedades de las aguas y en la forma cómo se tomaban: baños de asiento, inmersiones o incluso ingeridas.

El auge de estos espacios de salud se mantendrá durante bien entrado el siglo XX, ayudando a ello las políticas turísticas durante el reinado de Alfonso XIII con la aparición del “descanso dominical” y “nuevas formas de ocio”. Contribuirá también a ese auge la creación en 1905 de la Comisión Nacional de Turismo, así como, posteriormente, la Red de Paradores Nacionales. Es a partir del final de la II Guerra Mundial, con el avance del proceso de industrialización y la progresiva estabilidad política que se va manifestando en algunos puntos peninsulares, unido a la incipiente “sociedad del bienestar” que hacía su aparición en diversos países europeos, cuando se denota un cambio en la tendencia de hábitos; del balneario se pasa al disfrute y a las no menos saludables aguas marinas. La costa como espacio saludable, pero también de ocio, expansión y recreo.

Por lo que respecta al balneario que nos ocupa, hay documentadas en 1857, antes de levantar el complejo, la visita de más de trescientas personas al entorno natural y salutífero haciendo uso de las propiedades de los baños, en su gran mayoría y como ya señalábamos arriba, con un claro carácter medicinal. De estas personas, buena parte se vinculaban a una pequeña burguesía terrateniente, pero también será utilizado por las clases más humildes e incluso pobres, que tendrán cobertura tanto residencial como terapéutica.

De los establecimientos levantados en el enclave salinífero, cabe decir que los terrenos ubicados actualmente y en el momento de su construcción en término de Novelda, se localizan muy cerca de los límites municipales de las vecinas poblaciones de Petrel y Elda, y que, curiosamente, eran conocidos desde antaño como “manantial de las Salinetas de Elda”. Estas tierras, propiedad del labrador Pedro Belda, eran incultas y fueron heredadas tras la muerte de éste por sus cinco hijos, dejando sin repartir “un trozo de tierra de cómo dos tahúllas y manantial de agua salitrosa que hay en ella…sin duda de que por su ningún valor cuando la heredaron dejaron sin dividir ni adjudicar dicha tierra y agua por improductiva y hasta perjudicial…” (1)

Grabado de 1875-76 con la vista del balneario, coloreado en el siglo XX (fotografía cedida por Pau Herrero).

Grabado de 1875-76 con la vista del balneario, coloreado en el siglo XX (fotografía cedida por Pau Herrero).

Así pasó a manos de varios propietarios. De entre ellos, será D. Francisco Banquells el que inspire el proyecto y solicite autorización a la jefatura superior provincial para poder construir el balneario. Y a través de la Junta de Sanidad Provincial se exigen entonces algunos requisitos imprescindibles para poder llevarlo a cabo:

1. La presentación de los planos del establecimiento.

2. Que se informara del asunto a la Junta Municipal de Sanidad de Novelda.

3. Que se procediera al análisis químico de las aguas.

Una vez cumplidos dichos requerimientos, cabe destacar lo que al respecto se cita del agua, elemento fundamental para la creación de este establecimiento. Surgía a una temperatura constante de 16º sin elevarse a más de 22° Reaumur, equivalentes a 20-27’5° en la escala Celsius. Y tras su análisis químico por el catedrático Manuel García Baeza, presenta las características siguientes: incolora, transparente, de sabor salado y olor fuertemente pronunciado a hidrógeno sulfurado, y de reacción ligeramente ácida. Incluyéndola así en el apartado de aguas minerales sulfurosas y afirmando que es de excelente calidad dentro de las de su clase. Su acción benéfica contemplaría un amplio radio, actuando contra las manchas hepáticas, fístulas y forúnculos, los herpes, eczemas, tiña, sarna y psoriasis, en las viejas heridas de armas de fuego, en las supresiones de la menstruación, así como en los problemas reumáticos crónicos.

El balneario estaba compuesto de una mina o surgencia de la que brotaban las aguas y el pabellón de los baños, que se componía de un solo cuerpo de edificio de aspecto elegante y sencillo y cuya fachada estaba orientada al mediodía. El establecimiento principal constaba de dos inmuebles, que ofrecen las condiciones higiénicas de la época; cuartos cómodos y aseados para baños, habitaciones, así como un local para fonda. El edificio principal, sin ser grandioso, de 50 metros de frente por 9 de profundidad, contaba con alojamiento para treinta personas por un lado y seis habitaciones separadas de la casa fonda, destinadas a las familias que no desearan alterar sus costumbres ni sujetarse a los usos del establecimiento.

Cartel publicitario de 1930 (fotografía cedida por Pau Herrero).

Cartel publicitario de 1930 (fotografía cedida por Pau Herrero).

A principios de los años veinte, se realizan ampliaciones y mejoras contando ya con cincuenta habitaciones, dos comedores y dos salones de tertulia, uno de ellos dotado de un piano y gramófono para la diversión de los clientes. A estos últimos, se unían vecinos de Elda y Petrel, que acudían los domingos por la tarde y organizaban bailes siendo dos fechas significativas de reunión las festividades de San Jaime y Santa Ana.

También se constata, desde los comienzos del establecimiento, la presencia de un equipo humano compuesto por los bañeros que atenderán a enfermos propios de su sexo trabajo que, según el doctor Bergez, estaba encomendado “a hombres y mujeres de inteligencia y honradez” (2). Por otro lado, estaba el equipo facultativo, cuyo director inicial fue el propio doctor Bergez, al que seguirán en su cometido los doctores Iborra García o Pérez Bernabeu, quienes se ocuparán de mantener las debidas precauciones para conservar todas las propiedades medicinales del agua, dictaminando las dosis y formas de tomarla el enfermo: en inmersiones, duchas, pulverizaciones, inhalaciones, baños de asiento y nasales o bebida, dependiendo del tipo de dolencia y nivel de gravedad que presentara el individuo. Cabe asimismo destacar que el agua del manantial llegó a venderse en las diversas droguerías y farmacias españolas, como así reza la etiqueta informativa del balneario en su última época de esplendor, los años 20 del pasado siglo.

Cartel anunciador de estilo modernista, que estuvo expuesto en el Casino de Novelda desde 1920 a 1930 (fotografía cedida por Pau Herrero).

Cartel anunciador de estilo modernista, que estuvo expuesto en el Casino de Novelda desde 1920 a 1930 (fotografía cedida por Pau Herrero).

El periodo de apertura pública de la hospedería y baños estuvo establecido del 15 de mayo al 15 de octubre en sus primeros años, variando luego, según informan documentos de principios de los años 20 del siglo XX, estableciéndose las fechas de acceso del 15 de junio al 30 de septiembre.

La última etapa de esplendor del establecimiento vendrá tras su compra en 1919 por Antonio Alenda Valero, nieto de uno de los primeros fundadores, que realizó importantes reformas. Amplió la capacidad del balneario e incidió en la difusión del lugar mediante carteles y propaganda. También se sustituye el gas por la electricidad y aumenta el espacio de zona verde con árboles y jardines. Y pasa a ser ordinario el trayecto desde la estación de tren Elda-Petrel en coche de caballos, disponiendo asimismo de un automóvil para recoger a futuros clientes en la estación de Novelda.

Surgencia actual en la rambla de Salinetas.

Surgencia actual en la rambla de Salinetas.

Balsa de baño actual en la rambla de Salinetas.

Balsa de baño actual en la rambla de Salinetas.

La muerte del Sr. Alenda en 1931 significó el cierre definitivo del complejo. Y tras la Guerra Civil, la falta de capitales impidió su apertura, siendo pasto el expolio en 1940 en una España necesitada. Diez años más tarde, los herederos del Sr. Alenda volvieron a adquirir los terrenos y los restos de las instalaciones, que volvieron a ser fruto del expolio en 1971, desapareciendo así toda traza sustancial de un lugar que fue de interés y utilidad pública y que algunos pensamos que, con intención, esfuerzo y voluntad sería posible recuperar.

Mi más sincera gratitud a Eladio González, Pau Herrero y al personal del Archivo Histórico de Novelda.

[Comentario:] Por messenger facebook, el amigo Mariano Beltrá nos comenta que se llama "El Hoyo de la Sal" y no "El Chorro de la Sal" y más comunmente en Novelda como "El Clot". Muchas Gracias!
Fuente: petrelaldia.com

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