LA MURALLA ROJA: EL EDIFICIO ALICANTINO QUE TRIUNFA EN INSTAGRAM
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Está en Calpe y se ha convertido en un improvisado estudio de fotografía. Es imposible reservar cualquiera de las viviendas del complejo hasta mediados de noviembre
Este verano la peregrinación de turistas a la costa de la localidad alicantina de Calpe no llegó llamada por los destellos del sol, sino por los del flashes de los teléfonos móviles. Interioristas, influencers, fotógrafos, publicistas y creadores convirtieron al pueblo en su Parnaso.
Hasta bien entrado el mes de noviembre resulta imposible hospedarse en los apartamentos de la Muralla Roja, un complejo con capacidad para 50 viviendas concebido por el prestigioso arquitecto Ricardo Bofill. El edificio soprende a los visitantes desde 1973, fue declarado Bien de Interés Cultural junto a su construcción anexa, Xanadú.
«Fue una verdadera experiencia de diseño. Cuando estás allí comprendes como la arquitectura puede influir en el paisaje de una forma definitiva e imprimir carácter a una zona», cuenta Patricia Bustos, interiorista de reconocido prestigio.
A la derecha, la Muralla Roja; a la izquierda, Xanadú - Instagram
El intenso tono carmesí de su fachada rompe el equilibrio cromático de la costa pero es su interior, perfilado en arbitrarios vértices de tonos pastel, lo que ha convertido la urbanización en un improvisado estudio de fotografía.
Los alrededores del complejo son una concurrida procesión de sombreros, tacones, smartphones y posturas imposibles. Los hastiados vecinos, cansados de esquivar los disparos de las cámara de fotos, cuelgan carteles en los alrededores de la propiedad para recordar a los «instagrammers» que su casa es una propiedad privada. Incómodos por la afluencia de curiosos, amenazan con denunciar al próximo que se cuele a sacar una foto.
Una «instagrammer» posa en una de las torres del edificio - Instagram
Una oda al Mediterráneo
Las líneas de la Muralla Roja nada tienen que ver con el voraz urbanismo que fagocitó la costa levantina. El edificio, custodiado por el mar, es una ilusión postmoderna con fuertes raíces mediterráneas. La composición del espacio se basa en la cruz griega, y en su laberíntico interior se confunde una organizada secuencia cruces.
La azotea y su piscina en forma de cruz griega - Ricardo Bofill Taller de Arquitectura
Es uno de los primeros edificios del Taller del Arquitectura de Ricardo Bofill. El arquitecto catalán quería reinterpretar con esta obra el concepto de una casbah árabe, pero bajo una perspectiva autóctona, el resultado es una construcción pintoresca pero respetuosa con la tradición arquitectónica de la zona.
Bustos define la obra de Bofill como «una mezcla entre escultura y arquitectura». Ella es una enamorada confesa del color rosa, admiró durante su estancia el uso que hizo de él el arquitecto. «El color es de los valientes. De los que buscan cosas diferentes y están dispuestos a arriesgar», sentencia.
La interiorista considera que el «boom» que experimentó esta construcción durante los últimos tiempos pude convertir a la construcción en una de las referencias que ha incentivado a que el rosa obtuviera el significado «tan potente» que adquirió en los últimos tiempos. «Lejos queda la idea del rosa como un color ñoño o cursi», indica.
El interior de la estructura está tomado por las formas geométricas, que provocan que el visitante desfile constantemente ente lo público y lo privado. Durante el recorrido por las instalaciones se enredan un amalgama de torres, escaleras, patios, puentes y pasarelas que se comunican entre sí y desembocan en una caótica azotea. Este es el fin del laberinto, en donde los ángulos se retuercen en sugerentes formas y colores. En uno de sus extremos se recorta una piscina en forma de cruz.
«Te das cuenta como todo está pensado y diseñado. Desde los colores que ayudan a resaltar ciertos volúmenes y a que otros se fundan con el entorno, hasta las sensaciones que el arquitecto quería transmitir con su obra», recuerda Patricia Bustos antes de despedirse.
Fuente: Canal YouTube Iván Moreno y ABC