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FONT-CALENT: LA VIDA EN EL REINO DE LA MONTAÑA

FONT-CALENT: TELESCOPIO CON VISTAS COMERCIALES

Al contrario de lo que se piensa, la siena de Font-calent es verde y no está seca. A diferencia de lo que el ojo capta en la superficie aparente y trivial de la naturaleza, este monte hipotéticamente mustio o pelado, con cresta de dragón somnoliento o de lomo de gamo a la cazuela, es un umbral agreste con multitud de plantas aborígenes, vertientes aniesgadas y numerosas grutas, dificil de escalar, salvo para sus gentes, pastores y ojeadores desde hace siglos o para algunos senderistas expertos. De una silueta ruda, violentamente rocosa, en color carne asada, la Font-calent es fuerte, recondita y salvaje. De una piel remendada, de reptil al acecho.

Más alta de lo que se supone y mucho más extraña, su tórax de calizas jurásicas domina todas las latitudes de la ciudad, igual que un telescopio. Una majestuosa linterna de luces transparentes que permite otear cada palmo geográfico de la metrópoli y todos los rincones del atlas comarcal desde sus 426 metros de altura, con espléndidas vistas de satélite aéreo que alcanzan la Atlántida y atrapan la ensenada marítima de Alicante, el cabo de Santa Pola, el colmillo afilado del Puig Campana y la Serra Bérnia. Pero, sobre todo, posibilita el codearse con el macizo circo de montañas que brota por desafiantes: la tangente Serra Mitjana, de 379 metros de cota, aunque en plena agonía, disuelta por la acción de las canteras, y los cerros mitológicos: la Serra Grossa, el Benacantil y el Tossal, elevaciones cotidianas, internas. Además de la argolla fantástica de las serranías interurbanas: el Cabecó d'Or, de 1.205 metros de altitud; el Maigmó, a 1.296 metros sobre el nivel del mar; el Migjom, 1.226 metros arriba de la superficie mediterránea; la Serra del Ventós o la Serra del Sit, al fondo, en el Palomaret, en la senda de Agost a Petrer, tan tiesa como un hueso de jamón y a 1.127 metros por encima del mundo.

Panorámica de Alicante desde la cima de la sierra

EL PINO DEL TIO MARTINO

Independientemente de su altitud, la Font-calent es la estrella, la actriz más destacada de un minúsculo reino en paulatino aumento demográfico, la corona de roca de una partida periférica más tranquila que una playa en invierno o un domingo a las siete de la mañana, con un censo oficial de 272 habitantes en 1997; 321 pobladores un año después; 365 súbditos en 1999; 411 inquilinos en 2000; 480 moradores en 2001 y 527 vecinos en la última revisión estadística, previa acta del año 2002. Como vemos, la cosa mejora, aunque muy lentamente. Crecimiento flemático que, en el tomo de la guía telefónica, todavía les incluye como afiliados a las hojas de la ciudad de Alicante, sin apéndices propios, soberanos.

A pesar de todo, con 277 varones de todas las edades y 250 mujeres niñas, adultas y ancianas, el confín que se esparce alrededor de Font-calent y La Mitjana configura un territorio que descuella en población por encima del caserío-partida de la Santa Faz, de la pedanía de Bacarot, del agroindustrial suburbio del Pla de la Vall Longa, de la tranquila Alcoraia y de la despejada Illa Plana, Nueva Tabarca o de San Pablo, por riguroso orden cuantitativo de número de almas.

Meteorito de segundas residencias, chalés en continua reforma y restos de arcaicas fincas, con historias ocultas, misteriosas, a Font-calent se llega tras rebasar el Pla de La Vall Llonga, por la autovía a Madrid, camino del osario de basuras; o desde El Rebolledo, bordeando la finca Torresella a través del Rincón del Fardatxo y de la ermita. Asimismo, se accede desde el sur de San Vicente del Raspeig, por la ronda de la cementera, abandonando la autovía central; o desde L'Alcoraia o La Canyada, por las antiguas travesías de piedra o por las carreteras enguatadas de asfalto.

Desnuda, abrupta, enérgica, con silueta animal, un bosquecillo de pimpollos aislados recubre las costillas de la sierra, durante muchos siglos permanente menú de rebaños de ovejas y de cabras con suculentos pastos. En este confín, repoblado en otro tiempo de olivos, almendros y cereales, como toda la huerta y la sierra alicantina, solamente el esparto, finísimo y salvaje, los caracoles blancos, el romero y el aire, oxígeno a granel sin conservantes, sobreviven al tiempo. También un residuo de lindes en forma de murallas que todavía perfilan las fronteras agrícolas abandonadas, en bancal de terrazas, plano encima de plano, con paredes a base de pedruscos. Nadie los riega y la desolación invade un silencio de muerte, agónico y rural, tan sólo interrumpido por el traqueteo de los camiones, las voladuras de las canteras y la linea de torres de electrificación que flanquea Fontcalent por su vertiente interna, como la estrecha barra de un equilibrista, con un zumbido rutinario, muy bajo, de avispa encarcelada, al que uno acaba acostumbrándose hasta sentirlo sordo, ya afónico, en el hueco de un paisaje imponente.

Asolada y demolida, paulatinamente derrocada por los continuos mordiscos de los yacimientos y sus persistentes explosiones, la montaña de Fontcalent es el resultado de una evaporación controlada, de puro beneficio contable, con vetustas autorizaciones del Instituto Geológico Minero, facilidades de los desaparecidos ministerios franquistas y permisos de explotación que nadie encuentra o eluden la legislación vigente. En una amarga combinación de minifundistas alicantinos y sociedades foráneas, casi todas con sedes en Madrid, expertas en la obtención de áridos y materiales afines para la construcción.

No obstante, en medio de este lío de intereses que cubre de polvo una vegetación milenaria y mengua sin descanso la sierra, se yergue, en su abdomen central, a unos 350 metros de altura y con un tronco de doce palmos, robusto, rudo y desafiante, casi colgando de la nada, el pino del tío Martino, un formi transeúnte de la sierra, plantó por su cuenta y riesgo en tiempos de la República y que regaba ni más ni menos que a diario, según se cuenta. Cualquier ascenso a la sierra debe tener como parada obligatoria este legendario pino y el fresco de su sombra, que el tío Martino visitaba todos los días provisto de un cubo de agua, a pesar de la dificultad que entraña la pendiente. El resto de los pinos que crecen a su alrededor son descendientes directos, hijos biológicos de la dispersión de sus piñones, sin ninguna intervención humana, y conforman uno de los parajes más saludables de la sierra.

El Manantial de Font-Calent

Huella del Caballo del Santo

DESTINO CARCELARIO

El profesor de Geografía de la Universidad de Alicante Enrique Matarredona Coll anotaba en su artículo El Medio Físico, dentro del primer volumen de la Historia de Alicante que impulsó su ayuntamiento en 1990, que "los afloramientos del Jurásico son muy reducidos, aunque se conocen algunos integrando el núcleo de agudos anticlinales -Fontcalent, Mediana, Cabecó—", precisando que "el Cretácico, por su parte, aparece en las inmediaciones de las sierras de Fontcalent y Mediana". Fondo marino, pues, hace millones de años y asentamiento del periodo eneolítico y de la autoridad romana y árabe, según los estudiosos, el departamento de Fontcalent es, en cualquier caso, una partida de once kilómetros cuadrados cuyo sobrenombre procede de un manantial de agua tibia que a duras penas sobrevive en la finca del mismo apodo, y que, como Orgegia (un monte), Montnegre (un río) o Aigua-marga (una costa), adapta su calificativo a un accidente geográfico, la sierra que domina el territorio.

Tangente a la izquierda con L'Alcoraia y El Rebolledo, linda por el sur con El Pla de La Vall Longa y un istmo de Bacarot; por el este, con Alicante, y en su ángulo norte con La Canyada del Fenollar, en una confusa aduana que divide un pasillo de tierra, ideal para los saltamontes y los todoterrenos. Aunque aún se asegura que el dueño de todo esto era un tal conde Luna, la pedanía se desmenuza actualmente en los núcleos del Pla, La Serreta, La Campaneta, Yeseras, El Salar, Lo Sogorb, Lo Gonsálvez o Lo Sálvez, La Ballestera, Lo Montagut, Lo Navarelo y Los Monteros, además de otras segundas residencias que el Departamento de Estadística municipal apiña bajo el apelativo inflacionista de población "diseminada".

Pero su eje rotatorio, la máquina de su paisaje, su alma, la sierra de Font-calent, es una propiedad privada. Varias familias se reparten su cuerpo, claramente seccionado mediante lindes de cal blanca repintando las rocas, de la falda a la cima, relucientes al sol, o en algunos mojones, muy escasos. Así, en lo que respecta a su cara trasera, la zona más cercana a Alicante es propiedad de Antonio Lillo, dueño de la finca Lo Castelló; la franja medular pertenece a los hermanos Guillemet y el dorso hacia El Rebolledo, una buena pinada, al tío Marcel.lí y a los señores Olmedo, amos de una granja vacuna. El extremo abrupto que cae hacia la autovía de Madrid y mira a El Rebolledo, Elche, Bacarot y Santa Pola, permanece, por su parte, pelado, arrasado a pedazos por la acción de una rancia cantera, afortunadamente fallecida, y también, aunque en menor medida, por el despliegue del ejército, que aquí mantuvo durante varios años un importante campo de tiro.

Por la orilla frontal, debajo del enorme diente rocoso que sobresale del Cap Gros como un puñal amenazante, volátil, las hectáreas se escrituran entre empresarios del tomate y la vid, otros particulares y el Estado, propietario de la prisión de Font-calent, un país cotidiano para los transgresores de la ley y los simpatizantes del código del hampa. Curiosamente, su contorno de módulos, de cubos de ladrillos vistos y garitas ajadas, injertado en los años ochenta, comienza a confundirse con la tierra, a camuflarse en la grava de la zona más reseca de Font-calent, donde el suelo es desagradablemente árido, aunque antes fuera un oasis de hortalizas, almendros y oliveras. Efecto de la desertización y el abandono, primos complementarios.

CARACOLAS Y CIERVOS. LA COVA DEL FUM

No es el mejor paisaje para rodar El señor de los anillos o Siete novias para siete hermanos, pero sí un espléndido estudio para desplegar los exteriores de una película del lejano oeste, con matas que se mueven a golpes de huracán, polvareda a destajo y efectos secundarios de sed y lagartijas. En todo caso, fue útil a los antepasados más remotos de la partida y aquí se halló, hacia 1963, "el único yacimiento eneolítico que conocemos en las tierras del actual término municipal de Alicante", según el profesor Mauro S. Hernández, del campus de San Vicente, para la misma obra Historia de Alicante ya citada. Al abordar la prehistoria local, declara que "se trata de la Cova del Fum, prospectada y excavada por J. Carbonell y V. Bernabeu.., Una pequeña cueva de unos 6 metros de profundidad ubicada en la sierra de Fontcalent. De esta cueva procede un interesante conjunto de materiales, depositados en el Museo Arqueológico Provincial de Alicante, donde están siendo estudiados por Enrique Llobregat, su director, y por Jorge Soler", actual responsable de la galería del patrimonio arqueológico provincial, el MARQ.

Su importancia es capital. Primero, porque confirma, decía el profesor Hernández, que "lo común", en plena Edad del Bronce, era que los enterramientos humanos se practicaran "en el interior de las cuevas naturales, siguiendo una tradición que se remonta al periodo anterior". Y, en segundo lugar, porque, aunque "dos buscadores de tesoros vaciaron parcialmente la cueva" durante el siglo XIX, en ella aún se encontró "un número no precisado de restos humanos" y, lo que es más sustancial, un abundante ajuar compuesto por materiales que, sobre todo, "destacan por su valor cronológico". Y enumera: "varias láminas de sílex, con o sin retoques en los bordes, y las puntas de flechas, de diversas formas... además de las abundantes lascas y raspadores de sílex, y de una azuela de piedra pulimentada". Asimismo, prosigue, "son muy abundantes los objetos de adornos, entre los que destacan los colgantes realizados sobre caparazones de moluscos marinos... y sobre piedra. Más abundantes son las cuentas de collar, cuyo número se acerca a los dos rnillares, la mayoría de ellas realizadas sobre piedras de diversos colores…"

El registro arqueológico de esta cueva, añade Mauro S. Hernández, se completa con "cerámica no decorada y hecha a mano, un fragmento de brazalete de mármol, tres punzones y varios fragmentos de agujas, todos hechos sobre huesos de ovicápridos", además de "un fragmento de la diáfasis del metatarso de un ciervo". i Verlo para creerlo, la Font-calent con ciervos! Pero es que estamos hablando de hace cinco mil años, ya que, concluye el estudioso, "estos restos humanos y el ajuar que los acompaña demuestran que la Cova del Fum es un típico lugar de enterramiento del Eneolítico valenciano", propio del "III milenio antes de Cristo", época en que se fecha la necrópolis. Su situación, afortunadamente, permanece escondida, a salvo de inspecciones desalmadas.

LA 'PATÀ' DE SAM JAUNT, LA HERRADURA Y LA CRUZ

En el viaje profundo por Font-calent nos acompañan dos personas excepcionales, dos seres únicos. La máxima autoridad de la partida, el alcalde pedáneo Vicente Carbonell Pastor, empleado de la sociedad Aguas Municipales de Alicante, hombre delgado, de brío vegetariano, sin alcohol ni tabaco, con verbo sosegado, muy atento y dispuesto a todo. Y Andrés Pastor Pastor, Andrés el Montagut, un tigre de Malasia jubilado más activo que un rayo, que acaba de cumplir ochenta años y acabará agotándonos, dejándonos atrás cada vez que salimos y también cuando hablamos o cuando nos reímos. Ellos nos descubrieron que Font-calent se distingue de La Canyada en un borroso límite que demarca un sendero en cueros. Y que nadie se pone de acuerdo a la hora de calcular matemáticamente su país.

Si aquella casa ya está en El Rebolledo o aquella nube paga contribución en San Vicente o Alicante. Una tarde, después de comer en El Pintat dos kilos de paella y un buen lote de tarta, 'Vicente y Andrés nos descubren los primeros secretos de esta Arcadia, misterios esenciales, de tipo religioso, creyente. Dando vueltas y vueltas, igual que un colibrí, aunque siempre seguro, Andrés se encorva delante de la desaparecida Casa Roja, muy cerca de la ermita de La Canyada, y, escarbando entre cantos y pastos, nos revela dos símbolos preciosos de la imaginería popular alicantina: la Patà de Sant Jaume o Santiago y la huella de la herradura de su caballo. La primera, grabada en una piedra oculta, celosamente guardada junto a un matorral de esparto. Una pisada de gran tamaño, aproximadamente de la talla 48, aquella que gastaba Agamenón en un tebeo; una marca de una significación devota, puramente cristiana, con plantilla y tacón. Y muy cercana a ella, a unos cuarenta metros, la Patada del Cavall de Santiago, otra piedra cubierta que, en consonancia con la anterior, conserva la moldura impresa de la herradura de un bestial rocinante, con una curva gigantesca, a juego con la bota de su jinete. Según Andrés, "fa més de 80 anys [hace más de 80 años]" que representa el surco del caballo del santo, y en este lugar preciso se cerraban hasta hace poco muchos tratos sobre ganado.

Hace más de ochenta años porque es la edad de Andrés, sherpa de la partida, museo itinerante. Quizá trescientos, quinientos... Vete a saber. Más allá, al otro lado de la ronda que desciende hasta la cementera de San Vicente, también se localiza la Piedra de la Cruz, un aspa de iconografía piadosa que nadie encontraría, porque apenas se ve. Labrada en la faz de un granito enorme, en forma de asteroide, aupado en la peana de un círculo de tejas, la leyenda verbal, ninguna vez escrita, dice que aquí se apareció la virgen y que la cruz, tan inocente como un corazón de enamorados sobre un chopo, nadie puede borrarla. Ni siquiera picándola o atizándole golpes, lo que suelen hacer bastantes trogloditas.

La cruz imborrable

AGUA TIBIA EN INVIERNO

La sierra se bautiza a partir de un manantial de agua templada que a duras penas se filtra en terrenos de la finca Font-calent, lindante a Lo Castelló, exangüe después de atravesar las vetas de los yacimientos y evaporarse completamente en verano. Antonio Lillo Pastor, amo de Lo Castelló, con buzón en la puerta número 31, nos enseñó el nacimiento, que transpira bajo una carretera empolvada por el tránsito de los vehículos y arriba de una rambla recubierta de fango, donde el agua aún alimenta un par de balsas y un frondoso cañaveral. Enfrente zumba el ruido de las trepidantes canteras, que facilitan buenos ingresos a Antonio, señor de media montaña, por el arriendo para su explotación.

Según cuenta María José Pastor en su obra Lavanderas y canteros, se trata de "buena agua para regular la función hepática, con propiedades digestivas, aunque su dureza es poco recomendable para personas de salud delicada". Según Antonio Lillo, a punto de cumplir ochenta años, propietario del enclave, tan sólo "és un xorret [es un chorrillo]" que convive con otro muy cercano, pero que brinda "un agua buenísima" que "en invierno sale caliente", a unos 36 grados. "De lo mejor que hay" en líquidos potables, añade, antes de enfadarse un poco, mitineando, cuando resalta que "el nom de la serra no és Fontcalent i molt menys 'fuente caliente', en castellà [el nombre de la sierra no es Fontcalent, y mucho menos 'fuente caliente', en castellano] ", e insistiendo en el título Font-calent, insertando un guión como una loncha de queso entre las tapas de un bocadillo. Así lo reconoce también el propio Ayuntamiento en toda la cartelería con la que nos topamos.

El agua facilitó el riego, antaño más generoso, de las haciendas Font-calent, Lo Garroferal y Lo Castelló desde la salida a la puesta del sol. Hasta que Lillo advirtió, jocoso: "perô, i si el dia eix nuvolós? [y si el día sale nublado?]", con lo que se aceptó un nuevo reparto de un día a la semana para empapar las fincas.

Tras un corto paseo de inspección ocular, ya casi atardeciendo, visitamos los restos de la mansión Font-calent, una buena casa semiabandonada de dos plantas y más de 200 años de existencia. Domicilio número 131 de la partida, tupido de candados, apenas se utiliza para actividades recreativas de amantes de la colombicultura o como refugio temporal de algún pastor. En su fachada destaca, cubierta con cristal, una rnenuda imagen de la Santa Faz tapada con una puertita que la protege de las inclemencias y de las agresiones. Otra finca en desuso cercana a la de Font-calent es Lo Sant Joan, que Rafael Viravens atribuía en propiedad a "la Srta. Doña Flora España" y sobre la que después volveremos.

Antes de despedir a Antonio Lillo, éste, Vicente Carbonell y Andrés Pastor, nuestros anfitriones, desgranan de memoria un completo recital de accidentes geográficos con sólo girar la vista, dedo índice en ristre. En la Font-calent: la Cova del Fum, en mitad de la sierra; Lo Llisandre, abajo, empleada por los pastores, y, con vistas a El Rebolledo, la Cova dels Coloms, "con una bestial corriente de aire". Además de La Mineta y la Cova de I 'Ocre, donde se suicidó un tranviario. En la Mitjana, también de propiedad particular, estaba la Cova del Lladre y aún pervive la del Moro. Y una información atroz, que facilita Lillo: aqui existían restos de un asentamiento árabe, pero han desaparecido por las canteras.

En este sentido, el profesor Mauro S. Hernández testificó que cerca de la fuente que da nombre a la sierra existían restos de un poblado, pero de fundación romana, y de "un edificio de sillería que se construyó en el mismo sitio hacia el siglo IV de nuestra era".

Reliquia de Santa Rosa de Lima

LO NAVARELO, LA CAMPANETA, LO GABATX

En su Crónica de Alicante, Viravens apostilla: "En Font-Calent [esta vez separa la palabra compuesta] y extendidas por los alrededores de la gigantesca sierra de este nombre, están entre otras las conocidas casas y heredades de Les Fontetes, de D. Vicente Navarro: Navarelo, de D. Benjamín Barrie; Lucas, de los herederos de D. Francisco Navarro y Carnicer, y Lo San Juan... ". Envueltas entre fantasmagóricos restos de canterías abandonadas, vastas extensiones de alcachofales y taxativos carteles que espantan a cualquier huésped con un alarmante anuncio de Coto privado de caza, reforzado con Prohibido coger caracoles, todo en el mismo bando aterrador, todavía pueden descubrirse, doscientos años después de su edificación, las costillas dorsales en ruinas de una de estas ilustres fincas, Lo Navarelo. Se halla muy cerca del grupo de viviendas del Salar, un núcleo urbano cuyo nombre deviene de un nacimiento de agua salobre procedente de otra hacienda, Lo Gabatx.

En Navarelo merece la pena examinar los huesos de su antigua cisterna, las huellas de sus canalizaciones de riego con partidores de madera y surcos de cantería en las acequias; y el azulejo que en su triturada fachada indica, en pura cerámica alicantina azul con fondo blanco, el número del inmueble, el 151 de Font-calent Polígono D, tal como precisa otra placa de latón del Ayuntamiento de Alicante, acribillada de perdigonadas. Tan sólo una inútil cadena al lado del camino que enlaza El Rebolledo con El Salar preserva la posesión de inoportunos invitados.

Del feudo Lo Gabatx queda menos, tan sólo algunas tapias, aunque su porte sigue siendo exquisito y aristocrático a pesar del paisaje desolador y amargo que antes fuera, según Vicente Carbonell, "el lloc més bonic de la partida [el lugar más bonito de la partida)". También fue una heredad riquísima, cuajada de oliveras y algarrobos y de unas palmeras africanas que continúan pariendo unos dátiles dulces, con troncos que persisten en medio de la nada, elegantes y ricos. Emplazada un kilómetro arriba del Salar y cerca de Lo Montagut, la casa se llamó Lo Gabatx o El Gabacho por el ciudadano francés que fue su primer propietario, y en ella se fabricaba aceite y se empleaba, según los síntomas agrarios exteriores, un buen puñado de jornaleros.

Rica en agua originaria de una altura cercana, en las costuras de este terreno, que en su tiempo "es va vendre per tres i res [se vendió por cuatro durosl", según Andrés Pastor, aún se puede percibir un manantial reducido, aunque persistente; una cisterna, todavía abierta y seca, que sirvió de colector para todos los huertos, y un pozo en perfectas condiciones, con agua cristalina y helada aunque impura. El brocal de este aljibe, en roca rota a pelo, lo arreglaron, recita Andrés, el tío Revuelto y el tío Frasquet, malnoms o apodos a los que aún son apegados los fontcalenters, quienes también hablan del Pocatripa, el Pocarropa o el tío Salao, personajes eternos de su lenguaje oral. Pocas vigas y bastantes tejas, algunas inmemoriales, como una fechada el 30 de septiembre de 1929 y cocida en la Cerámica El Sol de Alicante, sirven hoy de estera para el suelo y arropan el recuerdo de Lo Gabatx, en cuya puerta principal de entrada, de piedra viva y yeso maltratado, aguanta, imperturbable, una pieza con fines defensivos enormemente curiosa. Un ojo cónico de cerámica cuya finalidad era servir como cañón o boquete de auxilio por donde entrar la carabina en caso de un ataque; para arrearle un tiro a cualquier tipo extraño o para espantar a un ladrón, si procedía.

Plagada de lombrices de color plata oscura, o cucs d 'aigua, que advierten de la inminencia de la lluvia de forma preventiva surgiendo a la superficie de la tierra, Andrés conoció esta finca reformada y activa, con decenas de obreros moviéndose, dinámicos. Y todavía retiene un hecho singular, digno de una película, andando por sus sombras marchitas: "Después de la guerra, aquí habitó un hombre cordial y amable, que mantuvo muy buena relación conmigo y con mi mujer durante bastante tiempo y que vivía con una muchacha que dormía en la casa".

Al cabo de los años, Andrés supo que el hombre era un fugitivo de Franco; la casa, su refugio, y la chica una prostituta, salvada como él de las persecuciones.

Al contrario de las posesiones anteriores, de la añeja finca La Campaneta no queda nada. Se conocía así porque su techumbre la coronaba una campanita de bronce que, durante algunos años y tras la guerra civil, se balanceó, de préstamo, en la ermita de La Canyada, hasta que se inició su reforma y se adquirió otro badajo. José Navarro y Carmen Lagrave fueron sus primeros propietarios y en el último cuarto del siglo XIX la adquirieron Pedro González, ex alcalde pedáneo, y Vicenta Pastor Aliaga. Sin ningún vestigio visible en la actualidad, ahora sólo es uno más de los numerosos enclaves de la partida. Una nueva piñata de chalés.

Vista general de la finca Font-Calent

Antonio Lillo, amo de la hacienda Lo Castelló

Pozo natural de la finca Lo Gabatx

Plantaciones de alcachofas en la hacienda Navarelo

Ruinas de la casa Lo Gabatx

EL DEPÓSITO FANTASMA

Cerca de las últimas paredes de la finca Lo Navarelo, en un lugar perdido al lado de una ruta de fango que sirve como nervio para trasladarse desde El Rebolledo a El Salar, todavía permanecen en pie los principales muros de un vetusto edificio de planta rectangular que destaca como punto importante de nuestro viaje. Se trata del antiguo depósito y depuradora que se erigió como parte de las obras del traslado a Alicante durante 1898 de la famosa agua potable de L'Alcoraia, que solía venderse en cubas y pipas por la ciudad, con gran reputación. Desgraciadamente, el proyecto, erigido hace más de un siglo, y con una importante red de canalización en tubo de cerámica vidriada que arranca desde las estribaciones de la Serra de les Aguiles, nunca funcionó, porque, al parecer, se perdía más agua de la que se almacenaba por la permeabilidad del suelo. Lejos de perder la iniciativa, el líquido se encauzó hacia el pantano de Elche, con mejor resultado.

Aunque su cubierta de doble agua se vino abajo y sus vigas han sido devoradas por la carcoma, la humedad o los ladrones, que a lo largo de décadas han esquilmado completamente cualquier mecanismo bursátil y utilizable, su interior sigue siendo una barriga sorprendente, muy impresionante, con una descomunal piscina de gran cubicaje rodeada por los numerosos boquetes y tuberías, que debían anegar dicho depósito. Revestida de azulejos y de tierra de Novelda, de mayor calidad que el yeso, la visión de esta alberca hundida y solitaria y de diversos pozos abandonados y abiertos por sus alrededores produce fácilmente escalofríos.

CASA DE LA SERRA. LA ÚLTIMA VAQUERÍA

En el extremo noroeste del macizo, cerca de El Rebolledo y en la falda trasera del Cap Gros, se localiza la Casa de la Serra, la única vaquería que ya queda en Alicante y en toda su comarca, si exceptuamos un pequeño establecimiento a la orilla del cementerio municipal. De muros centenarios, la granja es propiedad de la familia Olmedo, procedente de Argamasilla de Alba, Ciudad Real, quienes adquirieron la finca junto a 42.000 metros cuadrados de terreno hace muy pocos años. Dueños de 66 vacas, que aparea un gigantesco toro rojizo de raza limosina, recio como un minotauro, es una de las escasas 17 vaquerías que resisten en la provincia, cuando durante el periodo 1986-88 de entrada en vigor de la cuota lechera europea la cifra alcanzaba las 54 explotaciones, tres veces más.

El cabeza de familia es Luis Olmedo Serrano, un hombre gentil, cercano, de estatura recortada y piel rocosa, arada por el tiempo y el trabajo, que nos franquea la entrada de su finca guarnecido por un tropel de perros que salta y ladra a destajo, hasta que penetramos y adquirimos el estatuto de mediopensionistas. Uno de sus primeros pensamientos en voz alta es este, contundente: "Quedan pocos pastores, y malos". Al cabo de unos minutos conocemos a Luis, su hijo, de verbo culto, muy preparado en el oficio, quien nos muestra la estancia destinada al ordeño, totalmente mecánico, donde un empleado lava las ubres de una vaca alemana con una solución de yodo para evitar infecciones, lanzando un chorro a presión que ducha sus pezones. El olor es intenso, penetrante, Una mezcla de efluvio de pecho materno, ardor mamífero y excrementos con hierba. Luego nos presentaron a Doña Eugenia García, la señora de la casa.

El hecho de ser hoy la única vaquería en muchos kilómetros a la redonda hace que sea un lugar privilegiado para que se sucedan las visitas colegiales. No en vano, esto no es Galicia y en nuestra tierra los niños tienen tantas oportunidades de descubrir una vaca como nosotros un koala. La mayoría de la producción láctea, con rigurosos controles sanitarios periódicos, se destina a la fabricación de queso. La leche la recoge dos veces por semana un camión cisterna higiénicamente pulcro. Luis padre y Luis hijo dispusieron los establos sobre un altiplano que dista unos cien metros de una rambla que bordea esta parte de Font-calent. Antes recabaron toda la información posible sobre el nivel que alcanzaron las aguas en ese cauce durante las últimas riadas que padeció Alicante.

Los animales se nutren de un compuesto alimenticio a base de una mezcla, suponemos que sabrosa, obtenida en un molinillo mecánico a bordo de un tractor, que después reparte el rancho con bastante justicia al pie de los corrales. El aliño, sin condimentos ni salsas extrañas, es una suma de pulpa de limón, pieles de almendra, hoja de algodón y alfalfa, entre otros productos naturales que el veterinario recomienda. Una especie de albóndigas compactas donde es obligatorio el consumo integral, porque, como señala Luis padre, "antes hacían como nosotros con la ensalada, se comían lo que más les gustaba y el resto, ni tocarlo". Cuando nos acercamos a la casa, Luis hijo recuerda la época del ordeño a mano y repasa sus preocupaciones principales: la falta de pastos, los problemas de las cuotas... "El negocio va a la ruina", protesta, aunque no lo cambiaría por una nómina en un hotel o una fábrica. Respecto de su hogar, desconoce su origen, pero sabe que es todo un veterano de la sierra: "No sé de cuando es, pero que tiene más de cien años, seguro. Muchos más". Un domicilio humilde, sincero como ellos, junto a un huerto mimado. "La casa, en verano, es como un frigorífico", explican los Luises a dúo, mientras los perros deambulan por el patío, sin el menor estrés, persiguiendo una mosca.

El deposito

Luis Olmedo y su hijo en la vaquería

I.A SOMBRA DE LA ERMITA

Font-calent no tiene ermita. Existió una parroquia arriba de un monte escarpado, pletórico de hierbas, que se encuentra frente a la finca Lo Castelló y un precipicio de canteras, pero de ella apenas quedan escombros, muros desparramados y restos policromos en las escasas pilastras originales que aún resisten en pie. Al atardecer, cuando el viento aúlla y el sol desaparece, es una postal romántica y si uno guarda silencio aún se perciben rezos y plegarias bajo su desvanecida bóveda. Hombres arrepentidos y mujeres hablando en cuchicheos.

El santuario alababa a San Juan Bautista, con imágenes propiedad de la colindante finca Lo Sant Joan. Tras su clausura, los iconos volvieron a esta hacienda, residiendo finalmente en la iglesia del barrio de Benalúa, dedicada al santo que odiaba Salomé. Ahora usa momentáneamente la de El Rebolledo, aunque con la imagen de Santa Rosa de Lima, imán para el masivo peregrinaje de la inmigración americana que reside en Alicante.

Lejos queda saber si en la partida predicó San Vicente Ferrer, que, en 1411 rondó por varios púlpitos de la demarcación rural, amén de por la metrópoli. "Un religioso modesto", describía Viravens, que "difundía por todas partes las saludables máximas del Evangelio" y un "esclarecido varón", cuya "elocuente oratoria llevaba la persuasión a las masas, y las muchedumbres, que presurosas salían al encuentro del fraile dominico, eran arrastradas por el mágico acento de aquella palabra inspirada".

NOCHES MÁGICAS. LA 'ASPLENIUM CETERACH L'.

Huraña en apariencia y herida de muerte en su aguja oriental, la cumbre de Font-calent es, sin embargo, mágica, maravillosa, aunque el polvo de las canteras invada una ración notable de su atmósfera, fantástica aunque la vida natural luche por perpetuarse frente a la acción constante del ser humano, Mágica al amanecer, a mediodía, al caer el sol y, sobre todo, bajo un cielo relleno de estrellas, trepar por ella y descenderla es, no obstante, peligroso y, de noche, imposible. Un suicidio seguro.

Panorámica ilimitada, libertad arriba de una cárcel, la Fontecalent es la sierra secreta de las noches de luna llena y hay que acercarse a sus alrededores para vivir un espectáculo inolvidable de colores, aromas y susurros. Unas visiones espectaculares, especialmente entre las tenues tinieblas de las sombras, con la imagen sonámbula de las canteras, ahora en tregua, pero con sus severos reflectores iluminando cráteres y peñas como una reservada estación lunar. Además de la epidermis de la montaña, oculta en la oscuridad, donde entre decenas de plantas autóctonas crece un arbusto también mágico, la falguera, un helecho de propiedades asombrosas, que engorda la tradición cuentistica local y multiplica las supersticiones.

Lo explica el ensayista, poeta y médico alicantino Emili Rodríguez-Bernabeu dentro del prólogo a las Rondalles de L 'Alacantí de su paisano Joaquín González Caturla: "Existe la significación mágica de la noche de San Juan y de la falguera (o helecho)... La sierra de Fontcalent se nos aparece como un lugar tenebroso propicio a las fuerzas demoníacas con la falguera como vehículo. Alguien podría extrañarse de esta connotación botánica, pero efectivamente en la sierra de Fontcalent es frecuente una especie de falguera, la Asplenium ceterach L.".

Y aunque aquí apenas se la reconoce por este nombre, en la rondalla de Caturla La vareta de les tres virtuts, recogida en el capítulo dedicado a La Canyada, la falguera es uno de los tres elementos, junto al hueso de la rodilla de un muerto y la ramita de un árbol horadado tres veces por un hacha, que una abuela-demonio reclamó a tres cuñados para tentar (y castigar) sus ilimitadas ansias de fortuna.

UNA MAÑANA EN EL CIELO

La mañana del sábado 28 de diciembre de 2002, a punto de que el año agonizara entre copitas de mistela y mantecados, ascendimos -por primera vez, todo hay que decirlo- a la sierra. El día, los Santos Inocentes, era propicio, porque realmente la ascensión fue una auténtica broma, un martirio impensable. Una empresa atrevida, inolvidable, para cualquiera que desee avistar todas las montañas de l'Alacantí y de otras comarcas en planos paralelos, y el mar interminable e infinito. Pero sobre todo para quienes, seres del zoo urbano, apenas distinguimos un búho de un palomo.

Para iniciar la aventura quedamos a las diez de la mañana en casa de Andrés Pastor, quien acababa de preparar una holgada paella de miques o gachasmigas de harina, ajos y longanizas, a la que pronto sumamos un buen riego de vino negro y unas suculentas naranjas. El almuerzo y el viaje, cien por cien masculino, convocó, además de al anfitrión y a los autores de este relato, al yerno de Andrés, José Berenguer; al alcalde, Vicente Carbonell, y a otro agradable contertuliano, el señor Amadeo Vidal, natural de Benimassot pero vecino de Carbonell, amo de un generoso predio de la partida, quien apareció portando dos tentadoras botellas de caldo tinto de su propia cosecha.

Los nativos no usan cuchara para las miques, sino capas de cebolla, lila, cuya concavidad, que hace el mismo papel, encima se devora y no se friega. En media hora nos zampamos la sartén y una bandeja de pericana, con Los Picapiedra en la tele, la chimenea chisporroteando y la señora de Pastor, María Lillo, y su hija, Dolores, de espectadoras, aplaudiendo, como nosotros, las múltiples ocurrencias de Andrés, atestado de anécdotas. Inmediatamente, como centellas, invadimos los coches y nos encaminamos, trotando por un infierno, hasta la casa demolida del tío Gall, desde donde emprendimos la expedición a pie, qué remedio, por el borde de una cantera abandonada, en terrenos de los hermanos Guillemet.

La Font-calent es una fiera y como tal no deja palpar su joroba, ayudada, además, aquel día, por un arisco viento de poniente metido a boxeador. Más que trepar, gateo, aferrándome a peñas y a matojos, deteniéndome cada 50 metros y maldiciendo los habanos, mientras que Andrés, provisto de un gaiato y con ochenta años, va a la vanguardia de todos, incluso de su yerno, cazador habitual en la sierra. Tres cuartos de hora después, la primera parada nos repliega en el pino del tío Martino, donde la provisión de agua refresca todas las gargantas. De pie, con la garrota, Andrés lo tienta y, mientras más de uno jadeamos, dice: "L 'he conegut de xicotet, acavat de plantar. Ara té un tronc molt gros [Lo he conocido de pequeño, acabado de plantar. Ahora tiene un tronco muy grande] ". Efectivamente, el más grueso y verde de toda la montaña. Travesía arriba, descubriendo cuevas y restos de troncos fosilizados por el repliegue del terciario, divisamos el mar al cabo de otros 40 minutos, en un golpe de luz resplandeciente. Pero no sólo el mar, sino también la mitad del planeta doméstico, desde Altea a Santa Pola, y un cielo abierto, de cúpula galáctica, inmortal. Todo es minúsculo. A nuestros pies, la prisión y las naves de plástico para los tomates son cajas de cerillas y el Benacantil, a lo lejos, un recortable.

Una vez arriba, andamos tranquilamente por sus penachos, estrechos y muy agudos, bastante vertiginosos, donde las dos leyes principales que deben seguirse son ser sumamente prudente y cuidar el equilibrio. Aquí, muy fácilmente, el pánico puede apoderarse de uno hasta entumecerle las piernas y en varias ocasiones más de un excursionista ha necesitado un helicóptero para dejar el cerro. Sobre todo, si se hace de noche y el frío o la bruma comienzan a embestir sin compasión. No obstante, Andrés no anda. Andrés pasea, como si fuera por la Rambla o por el centro de Nueva York, por delante de todos, por supuesto. Diez minutos más tarde, llegamos al Cap Gros, viejo reto para los escaladores de Elche, e iniciamos la bajada, eligiendo, en principio, el lugar ideal para no fragmentarnos la crisma. El descenso es más dificil. Da verdadero miedo. No hay que mirar abajo. A veces toca volver atrás y remprender la ruta ante la aparición de abismos imprevistos, mordiscos de canteras y suelos de piedras sueltas, resbaladizas y tramposas. Para animarnos más, José, yerno de Andrés, nos reconforta evocando que hace poco se encontró, durante una cacería, el cadáver de un anciano comido por las zorras. Llevaba cuatro años allí. Y que a más de uno lo han tenido que bajar a rastras.

Mas, poco a poco, conseguimos volver sanos y salvos, a eso de las tres de la tarde, alentados por un trio de objetivos estratégicos. Uno, seguir vivos para poder contarlo. Dos, participar en el sorteo del Niño. Y tres, hincarle el diente a la paella de arroz que Maria, consorte de Andrés, fresco como una rosa, ya tiene medio lista en su cocina. Dos horas después, respiro al notarme intacto y sigo con la pitanza, que acabará al atardecer, no por agotamiento sino porque dentro de poco los Pastor se recluirán con parientes y amigos alrededor de una baraja. Como todos los sábados.

Restos de la antigua ermita de Font-Calent

Almuerzo en casa de Andrés

Ascensión a la sierra

Andrés Pastor, el primero en llegar a la cima de la montaña

NI UN BAR

La única partida de todo el término municipal de Alicante que no disfruta de un solo bar, posiblemente la única de toda la península e Islas Canarias, es Font-calent. Para almorzar, abundantemente, para cualquier tertulia, para una cita o para un banquete, sus naturales utilizan con preferencia restaurante El Pintat de La Canyada, recalan en el Central de Verdegàs o visitan las abundantes barras de El Rebolledo, L'Alcoraia o San Vicente. No obstante, al igual que El Rebolledo cuenta con el club El Castillo o El Moralet con el Golden, los fontcalenters también poseen Dinastía, una barra americana con lucecitas picaronas que se divulga a distancia mediante un insistente neón vertical con silueta de flecha y bombillas intermitentes.

Resultado de aquella famosa telenovela californiana y con cartel que pretende ofrecer signos de elegancia, vides y fortuna, aunque la realidad sea más terrestre, el Dinastía está situado en una apretada curva en forma de alcayata que conecta la vía principal de La Canyada con el núcleo de Lo Sogorb. Sus persianas permanecen echadas en horario de día, como los párpados de una lechuza, hasta que, al caer la noche, se abren como una aromática flor de jazminero. En el mismo edificio, de toldos semiblancos, descolorados por el sol, radica un chiringuito donde se hacen paellas de conejo. Sexo y arroz con ajos en perfecta armonía. Tabique con tabique.

LA FIESTA REINVENTADA

Patria de picapedreros, pastores y lavanderas, Fontcalent nunca ha tenido escuela. Los niños iban al Verdegàs, donde el padre de Vicente Carbonell fue alcalde de resonadas conquistas, impulsor de aulas, conducciones hidráulicas o un concurso de serios que debería resucitarse. Pero tampoco tuvo una fiesta propia, emancipada, hasta el año pasado, cuando un grupo de vecinos, el primer edil geofísico y su esposa, Encarnita García, resolvieron crearlas, con santa Rosa de Lima como reverenciada patrona y jolgorio seguido durante tres días de la segunda quincena de agosto. En mayo celebran, asimismo, la fiesta de la convivencia, una espontánea excusa para el diálogo y el reencuentro vecinal.

El Ilibret festero que Encarna y su esposo coordinan habla de que la devota Rosa, nacida en la capital peruana en 1586, "pasó toda su vida recluida en su propia casa, dedicada a los trabajos domésticos y a la oración, llegando a gozar de éxtasis y de altos dones místicos" y que, fallecida "a los 31 años y canonizada por Clemente IX, fue la primera santa de América y sigue venerándose como patrona de Lima y de muchas ciudades de Latinoamérica". La última alegría que Encarna recibió, hace muy pocos meses, fueron dos astillitas de la cruz original que santa Rosa usó para mortificarse y que guarda su tumba; y un trocito de tierra sepulcral. Un envío de las monjas de Lima a otras religiosas de Mayorga, Valladolid, posteriormente expedido a su casa, dentro de un delicado estuche celestial labrado por un orfebre del Pisuerga.

Huellas del Terciario Fosilizadas.

RETRATO DE FAMILIA CON TURRÓN

Andrés es el vecino mayor de Font-calent aunque, tal vez, el más adolescente. Domiciliado en la casita Las Palomas, terreno de la antigua propiedad familiar Lo Montagut, en la puerta de su vivienda se concentran el oxígeno y la paz sin cinturones, a campo abierto, limpio. Esposo de María Lillo, la Tomata, de pelo espumoso y blanco, y padre de Dolores y de Andrés, su capacidad para entretener a los invitados es inagotable. Su propia hija Loli sigue sus ocurrencias con unos ojos densos, de profunda sorpresa, filialmente enamorada, mientras trocean la robusta pastilla de turrón que este año también han fabricado, con intenso sabor amarillo canela, en un molde casero del tamaño de un niño.

De apellido judío, corno todos los profesionales (Forner, Taberner, Fuster, Barber…), Andrés fue agricultor, soldado en la Seu d 'Urgell, Figueres y otras villas catalanas, por supuesto pastor y, al final de su vida laboral, trabajador de Fibrotubo, en San Vicente, donde afortunadamente no contrajo cáncer. Su amistad con Carbonell es unión siamesa.

Consorte de Encarna García y padre de Vanesa, Vicente Carbonell siempre trabajó en la empresa Aguas de Alicante, excepto seis meses durante los que condujo una máquina en una cantera. Vecino del camino a Lo Sogorb, su hogar procede de la familia de su mujer, que lo adquirió a los herederos de Juan Pastor Llorens, Juan el Cuto, soldado de la guerra de Cuba. En él habitan reposadamente, con las horas cayendo por un reloj de arena.

Pero es que Font-calent va lenta. Basta con repasar los resultados obtenidos por la asociación de vecinos El Salar, fundada en noviembre de 1999: "Conseguimos que todos disfrutaran del servicio de Correos, el teléfono fijo en las casas, el agua potable, el asfaltado de caminos, etc. etc..."  Un siglo después de Edison y de las primeras aguas minerales. Y es que la mejor frase, el mejor autorretrato de la partida, es ésta que exclamó Vicente Carbonell una tarde de diciembre, mientras engullíamos dátiles en pleno Lo Gabtax: "Astò que veu és el que n 'hi hà. Serra i s'ha acavat [Esto que ve es lo que hay. Sierra, y punto)". Aunque se equivocaba.

Fuente: El sorprendente reino desconocido. La magia de las Partidas Rurales de Alicante

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